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Argentina: “La presidenta arriesga su legado”

Uta Thofern (CP/ DZ)23 de enero de 2015

Con su papel en el caso aún no esclarecido de la muerte del fiscal Alberto Nisman, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no solo daña a su país, sin que se perjudica a sí misma, opina Uta Thofern.

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Cristina Fernández de Kirchner.
Cristina Fernández de Kirchner.Imagen: Reuters

Polarizar, siempre polarizó. Cristina Fernández de Kirchner, de 61 años, es la segunda mujer en el cargo de presidenta de la Argentina. Pero es la primera política que, después de Eva Perón, se hizo famosa en todo el mundo. Sin embargo, al contrario de Evita, Cristina Kirchner no se limitó a apoyar políticamente a su marido, sino que salió dos veces vencedora de las elecciones presidenciales.

Cristina, como la llaman en Argentina, o CFK, hizo mucho por su país. Al mismo tiempo, profundizó la división histórica entre peronistas y antiperonistas hasta hacerla irreconciliable. Para sus seguidores, convirtió en leyes muchos de los sueños de Evita. Para sus enemigos, sumió al país en la decadencia y lo llevó al ridículo. A Cristina se la ama o se la odia, sin términos medios. Sin duda, su mayor logro es el avance en el esclarecimiento de los crímenes de la dictadura militar. En la línea tradicional del peronismo, aumentó el gasto social y amplió el control estatal en diversas áreas. Persiguió, según sus propias palabras, su objetivo de “recuperar la autoestima de los argentinos” con un claro curso de confrontación, tanto en lo económico como en política exterior. Sus reclamos a Gran Bretaña por las Islas Malvinas y el consecuente rechazo de todo acuerdo con los llamados “fondos buitre” son ejemplos de ello.

Uta Thofern, redactora jefe de Deutsche Welle en castellano.
Uta Thofern, redactora jefe de Deutsche Welle en castellano.Imagen: Bettina Volke Fotografie

Pero Argentina también está pagando un precio por su recuperada autoestima. La economía se contrae y el default técnico, consecuencia de la disputa con los fondos de inversión, dañó la credibilidad crediticia del país. Cada vez hay menos divisas, y las empresas se ven obligadas a negociar en desventaja. La corrupción y la criminalidad van en aumento, mientras se debilita a las instituciones, y la discusión sobre la política mediática se ha transformado en una pequeña guerra personal con el grupo Clarín, algo que perjudicó la credibilidad de toda la prensa.

Hasta ahora, la presidenta superó todas las crisis. Es experta en usar acusaciones para convertirlas en ataques, y tiene talento para el drama. Nadie puede olvidar cuando, durante su segunda campaña, aparecía vestida de luto por la muerte de su esposo, Néstor Kirchner. Viuda y de negro, no dejó de mostrar que los vestidos de diseño y las joyas están, para ella, entre las prioridades de su cargo como jefa de Estado, y se puso en escena, ante cada situación problemática, como víctima de intrigas nacionales o de conspiraciones internacionales, con tanto éxito que incluso sus opositores no pueden dejar de admirarla por sus hábiles tácticas.

Sin embargo, ahora parece que Cristina Kirchner está perdiendo esa habilidad. La misteriosa muerte del fiscal Alberto Nisman, que la había acusado de bloquear las investigaciones acerca del cruento atentado a la comunidad judía de Buenos Aires en 1994 por razones políticas y económicas, es una de las mayores crisis internas de su mandato. Las protestas populares evidenciaron en qué medida Argentina perdió la confianza en el gobierno.

¿Y la presidenta? Se dirige a través de Facebook y Twitter a los argentinos para difundir su interpretación personal de los hechos y argumentar una teoría de conspiración detrás de la otra. A pesar de estar acostumbrados a los largos mensajes de Cristina Fernández, lo que aquí se está jugando es, además, la independencia de la Justicia en un proceso de relevancia histórica e internacional. Y también se trata de la responsabilidad, que esta vez es de la presidenta y de nadie más, de tomar posición ante las acusaciones y de abogar por un rápido esclarecimiento de la muerte del fiscal Nisman a través de una comisión independiente.

No es del todo improbable que, si lo hiciera, la mitad de los argentinos no creerían ni en sus buenas intenciones ni en los resultados de dicha comisión. Pero Cristina Fernández de Kirchner aún tiene una reputación que perder, y no debería emprender el final de su segundo y último período presidencial con un diagnóstico de “pérdida del sentido de la realidad”.