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¿Islamistas buenos, islamistas malos?

Rainer Sollich (CP)28 de junio de 2013

Las relaciones de las naciones occidentales de cara al presidente Mursi demuestra cuán seriamente toman la promesa de apoyar movimientos democráticos en el mundo árabe.

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Imagen: picture alliance/AP Photo

Venden armamento a Arabia Saudita pero se distancian de Irán y de grupos militantes como Hamás o Hizbolá: la política occidental hacia el Cercano Oriente parecería diferenciar entre islamistas “moderados” y “radicales” o entre los “buenos” y los “malos”. Esa impresión es correcta. La diferenciación no la basan ni en estándares democráticos ni en el respeto a los derechos humanos. Se distingue entre islamistas que toman en consideración intereses occidentales y aquellos que no los respetan o hasta los combaten.

Los habitantes del Cercano Oriente hablan de una “doble moral”: Occidente promueve valores democráticos, pero en momentos de duda opta por defender intereses geoestratégicos y la estabilidad. Arabia Saudí con su estricta puesta en práctica de la sharía y sus continuas violaciones a los derechos humanos es un claro ejemplo.

¿Y qué pasa con Egipto?

Mohamed Mursi, el primer presidente de Egipto libremente electo, conoce los parámetros occidentales y los tiene en cuenta. Cuando era activista de los Hermanos Musulmanes llegó incluso a insultar directamente a los judíos. Hoy es la máxima autoridad del Estado. Mantiene su retórica antisionista pero respeta el tratado de paz con Israel. Tampoco se atrevería a finalizar la cooperación con EE. UU. que se traduce año tras año en más de mil millones de dólares que caen en las arcas del aparato militar egipcio.

Rainer Sollich, de Deutsche Welle.
Rainer Sollich, de Deutsche Welle.Imagen: DW/P. Henriksen

Mursi sabe que Egipto necesita ese dinero y está consciente de que desde la caída del régimen de Mubarak y en el turbulento periodo de transición hacia la democracia, Occidente lo califica de “islamista moderado”, es decir, un socio “difícil” pero en definitiva aceptable. Después de todo, fue electo democráticamente, y la salida de Egipto de la alianza pro-occidental o la desestabilización total de Egipto sería una catástrofe desde el punto de vista occidental.

Hay suficientes señales que evidencian que la crisis en Egipto es grave: desde la "primavera árabe" se encuentra sumido en una peligrosa espiral económica descendente y no cuenta con recetas ni soluciones mágicas. Tampoco las filas de la oposición. En esta difícil situación el presidente no logra mantener cerradas ni siquiera sus propias filas. Por el contrario, su estilo autocrático de gobierno ha conducido a una peligrosa polarización y división de la sociedad egipcia. Logró imponer a duras penas una Constitución que para muchos egipcios está demasiado vinculada a la religión. Asimismo aceptó compartir el poder, sin legitimación democrática, con el poderoso aparato militar del país, e impulsa la islamización de instituciones estatales y el conjunto de la sociedad. Organizaciones de derechos humanos advierten que la represión bajo el Gobierno de Mursi es aún más brutal que bajo el régimen de Hosni Mubarak.

Occidente calla

A pesar de este panorama, las críticas de los países occidentales son moderadas, incluso a la vista de fallos que afectan sus propios intereses como el que se dictó contra empleados de fundaciones extranjeras.

Mientras que las reacciones de Occidente son más bien contenidas, muchos ciudadanos egipcios ya no están dispuestos a tolerar el estilo político de Mursi. Con motivo del primer aniversario en el poder planean grandes manifestaciones, e incluso una campaña para reunir firmas con la meta de derrocarlo, lo cual podría representar un peligro si se desencadena una nueva escalada de violencia. De hecho, ya se han registrado las primeras víctimas. Los militares toman tan seria la situación que han amenazado con intervenir.

Está por verse si Mursi es un islamista “moderado” o “radical”. La verdad es que no ha puesto todas las cartas sobre la mesa. Queda claro que como jefe de Estado, está sobreexigido. En su discurso más reciente, el miércoles 26.6.2013, volvió a echar leña al fuego refiriéndose a sus opositores como “contrarrevolucionarios” y “enemigos de Egipto”. Sería devastador si en Egipto, orientado hacia la democracia, se cimentara la impresión de que Occidente los abandona a su suerte al igual que sucediera durante el régimen de Mubarak.