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Ejecuciones: una burla a la Justicia

Grahame Lucas (ER/EU)29 de abril de 2015

En Indonesia fueron ejecutados ocho prisioneros condenados por delitos relacionados con drogas. Con ello, el presidente Joko Widodo perdió el resto de credibilidad que le quedaba, opina Grahame Lucas.

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Imagen: picture alliance/ZUMA Press/S. Images

La lucha mundial a favor de la abolición de la pena de muerte se concentró durante los meses pasados en Indonesia. Con más fuerza que en cualquier otro caso, estas ejecuciones demuestran cuán urgente es dicha batalla. Amnistía Internacional califica la pena de muerte de “cruel, inhumana y denigrante”. No solo por la ejecución en sí, sino también po el tormento espiritual previo. Los ahora ejecutados sufrieron durante meses ese suplicio, rayano en la tortura, mientras se trataba su caso en los tribunales. Incluso se les negó un apoyo espiritual de su elección antes de la ejecución.

Nulo efecto disuasorio

El sentido de una pena es que tenga un efecto visible. Los líderes de una banda de narcotraficantes, Andrew Chan y Myuran Sukumaran, habían sido condenados hace diez años. De acuerdo con lo que se sabe, en prisión mostraron arrepentimiento. Pero el presidente de Indonesia, Widodo, no lo tomó en cuenta al negar el pedido de gracia. Eso indica que tras la aplicación de la pena capital por un delito de narcotráfico hay una motivación política. Reiteradamente ha quedado en evidencia que la pena de muerte no tiene un efecto disuasorio. ¿Ha disminuido acaso el tráfico de drogas desde que se castiga en Indonesia con la pena de muerte? No, por el contrario, incluso ha aumentado. El verdadero problema es la extendida pobreza. Pero es más difícil resolver este problema que ejecutar a personas.

Oportunidad desperdiciada

Widodo no solo ha quedado debiendo la presentación de un plan para resolver el problema de la droga en Indonesia. Ha utilizado estas ejecuciones y la amenaza de otras como maniobra de distracción para conseguir efectos políticos y jugar la carta nacional. Pese a la presión de la oposición, Widodo, el primer presidente que no se vio salpicado por los años de la dictadura de Suharto, desperdició una oportunidad única para probar su respaldo a los derechos humanos y ciudadanos. Podría haber prolongado la moratoria de las ejecuciones, a la que puso fin su antecesor en 2013, o haber abolido la pena de muerte. En cambio, creyó que se vería como un hombre fuerte, rechazando las peticiones de gracia. Pero ese argumento solo valdría en un sistema judicial justo.

Influencia política

Uno de los argumentos de mayor peso contra la pena de muerte es que los tribunales se equivocan y que los acusados, con frecuencia, no pueden fiarse de tener un juicio justo. Hace unos días, un ex abogado defensor reveló lo que había ocurrido tras las bambalinas de este proceso. Se dijo que jueces habían pedido 130.000 dólares para cambiar la pena de muerte por una condena a 20 años de cárcel. Ese es, por lo visto, el precio por la vida de un extranjero en Indonesia. Más tarde, presuntamente funcionarios de un nivel alto, semipolítico, habrían intervenido, demandando que se aplicara de todos modos la pena capital, independientemente del desenlace del proceso. Todo esto es una mofa de la Justicia de Indonesia y muestra una vez más que la pena de muerte amenaza a los pobres antes que a los ricos y a los extranjeros antes que a los ciudadanos indonesios.

Grahame Lucas
Grahame Lucas

La doble moral de Widodo

La credibilidad de Widodo se vio aún más afectada por el hecho de que él intercedió una vez para salvar a un indonesio condenado a muerte en Arabia Saudita. A todas luces, Widodo solo es partidario de la pena de muerte cuando le conviene políticamente.

La indignación por lo ocurrido ahora en Indonesia perdurará por años. Inmenso es el daño político causado a las relaciones con los países de origen de los ejecutados. Sobre todo Australia no escatimó esfuerzos para salvar a sus ciudadanos del pelotón de fusilamiento. Seguramente eso no consolará a las familias de los ejecutados. Un pequeño consuelo para todos nosotros puede ser, no obstante, la experiencia de la ola de rechazo que ha cosechado Widodo con su obsesión por la pena de muerte para delitos de drogas. Solo cabe esperar que estas ejecuciones marquen finalmente un punto de inflexión en la lucha contra la pena de muerte a nivel mundial.