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El mundo paralelo de Rusia

Juri Rescheto (ERC/ERS)9 de junio de 2016

Las reacciones de Rusia a las nuevas acusaciones de dopaje contra sus atletas evidencian que el país vive desde hace mucho en su propio mundo paralelo. Ese estado de alienación aísla cada vez más a sus deportistas.

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Vitali Mutkó, ministro ruso de Deporte.
Vitali Mutkó, ministro ruso de Deporte.Imagen: picture-alliance/AP Photo/P. Golovkin

“¡Hasta que el gallo les picotee el trasero!”. Esa es una expresión que se usa mucho en Rusia para describir la larga espera, la eterna inacción o el notorio titubeo. De ahí que quepa decir: el gallo le va a picotear el trasero al país entero el próximo 17 de junio, cuando la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) prohíba a atletas rusos participar en los XXI Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. En Moscú dan por sentado que ese voto de censura está en camino. Las acusaciones de dopaje son demasiado fuertes y los contraargumentos, demasiado débiles. “A Rusia se le va castigar, da igual lo que haga”: ese es el tenor de las reacciones en el gigante euroasiático.

Aquellos que planeaban participar directa o indirectamente en las Olimpíadas deben estar ahora averiguando si podrían cancelar sus vuelos y las habitaciones de hotel reservadas en Brasil. No obstante, el problema de fondo es otro: independientemente de los Juegos Olímpicos, ¿qué está pasando con el deporte en Rusia y qué ocurrirá de ahora en adelante?

Evadir y olvidar

En lugar de enfrentar los problemas que aquejan al mundo deportivo nacional, Rusia evade y olvida el asunto, convencida de que los demás son los culpables de lo que pasa en su territorio, insistiendo tácitamente en que es Occidente el que impide que ese país se levante de sus rodillas y reencuentre su antigua grandeza. Pero, ¿cuándo estuvo Rusia de rodillas por última vez? A principios de la década de los noventa, si acaso, tras el desmoronamiento de la Unión Soviética. Es decir, hace un cuarto de siglo. Después de esa fase, la imagen que los rusos tenían de sí mismos era otra: “Nadie puede hacernos sombra. ¡Aquí estamos otra vez!”.

Uno puede entender el dolor de los aficionados –“¿por qué siempre nos pasa a nosotros?”– y la decepción de millones de fans rusos que participarán a medias en el evento deportivo más emocionante porque sus compatriotas, sus ídolos, terminarán quedándose en casa. “¿Por qué siempre nos pasa a nosotros, si no somos los únicos que se dopan?”. Eso es verdad. Y los atletas de otras nacionalidades que se dopan son igualmente castigados. La diferencia es que éstos no le atribuyen su responsabilidad a terceros. Por cierto, también dan lástima los deportistas que nunca se doparon y podrían ser excluidos de las Olimpíadas. Ellos tienen metas, ambiciones, fuerza y esperanza… todavía.

El viejo cuento de Mutkó

Para el país es dañino el viejo cuento de Vitali Mutkó, ministro de Deporte, según el cual el verdadero objetivo de las revelaciones de los casos de dopaje era influenciar la decisión de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) sobre la participación de Rusia en los Juegos Olímpicos. Eso es dañino porque impide que Rusia aprenda de sus errores de cara al futuro.

Algo bueno podría tener la eventual exclusión de los atletas rusos: el dinero que el Estado se ahorraría podría ser invertido –¡por fin!— en la construcción de una nueva carretera entre Moscú y Vladivostok. Y un nuevo estadio. Justo a tiempo para el Campeonato Mundial de Fútbol 2018… si es que éste no es cancelado del todo por corrupción.