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Francia busca frenar la radicalización en sus cárceles

2 de abril de 2016
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En la cárcel de Fresnes, en Francia, algunos presos exhiben una conducta particular: solo entran en la ducha en calzoncillos, no ven en la televisión deportes femeninos y consideran como un tabú hablar de sexo. Predican una interpretación radical del islam y buscan imponerla a otros prisioneros. Esta era la situación en este centro penitenciario antes de que el director de la prisión, Stéphane Scotto, decidiera intervenir a finales de 2014 separando a los presos catalogados como radicales del resto de los reclusos.

Su iniciativa, que el Ministerio de Justicia en París veía al principio con escepticismo, se ha convertido después del atentado terrorista contra la redacción de la revista satírica "Charlie Hebdo", en enero de 2015, en una especie de modelo para las medidas que se toman contra la radicalización entre rejas.

El tema cobró nueva actualidad después de conocerse que varios autores de atentados se habían radicalizado en prisión. Por ejemplo, Chérif Kouachi, que junto con su hermano Said perpetró el atentado contra "Charlie Hebdo", y Amédy Coulibaly, quien poco después atacó un supermercado judío, se conocieron en la cárcel. La sospecha, que no es nueva, es esta: en la cárcel, los radicales tienen la posibilidad de aprovechar la furia hacia el sistema de otros presos inestables y procedentes de los marginados suburbios franceses para atraerlos a su lado. "Las cárceles son incubadoras de la radicalización", afirmó el año pasado el coordinador de la lucha contra el terrorismo en la Unión Europea, Gilles de Kerchove. Un responsable de la Policía incluso habló de una "incubadora del terrorismo".

Francia creó hace poco cinco unidades especiales en los centros penitenciarios para impedir o incluso revertir la desviación de jóvenes prisioneros hacia un islam radical potencialmente violento. Con grupos de conversaciones, encuentros con víctimas del terrorismo o historiadores se intenta lograr que esos jóvenes cuestionen su visión violenta del mundo. Los vigilantes reciben una formación especial. De momento, en cada unidad hay lugar para unos 20 presos. Los nuevos programas de desradicalización no van dirigidos a los islamistas más peligrosos, que muchas veces ya están incomunicados y son reubicados periódicamente. Los programas se dirigen a personas que se cree que aún pueden experimentar un cambio. "Trabajamos en la recuperación de una conciencia crítica", explica Scotto.(dpa)