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Irak, políticamente hecha añicos

Andreas Gorzewski (ERC/VT)2 de mayo de 2016

El primer ministro iraquí, Haider al Abadi, fracasó por tercera vez en su intento de formar un Gabinete de tecnócratas. Ese y otros factores catalizaron la violenta toma del Parlamento de Bagdad el pasado 30 de abril.

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Imagen: Reuters/T. Al-Sudani

Hay limpieza por hacer en el Parlamento de Bagdad. Este fin de semana, la sede legislativa sufrió daños severos cuando una multitud de manifestantes enardecidos entró al recinto y destrozó sus cristales y sus muebles. El motivo de tanta agitación: el sábado pasado (30.04.2016), el primer ministro de Irak, el chiita Haider al Abadi, fracasó por tercera vez en su intento de formar un Gabinete de tecnócratas. En el sistema vigente de otorgamiento de puestos gubernamentales, la confesión religiosa y la etnia son los criterios determinantes.

Fueron sobre todo seguidores del influyente clérigo Moktada al Sadr quienes entraron a la Zona Verde en el centro de Bagdad –donde se encuentran las oficinas estatales y las embajadas– para exigir que la asignación de cargos se basara en la competencia de los potenciales elegidos. Considerando que los dispositivos de seguridad fueron diseñados para repeler ataques terroristas, cabe intuir que los soldados capitularon frente a la masa de manifestantes, sabiendo que un baño de sangre era inevitable si optaban por disparar.

Irak lleva meses viviendo protestas contra la ineficiencia de los servicios públicos, el desabastecimiento, la corrupción política prevalente y la parálisis económica. En respuesta, Al Abadi propuso un paquete de grandes reformas que incluían la formación de un Gobierno con tecnócratas independientes. Los grandes bloques políticos han bloqueado esas enmiendas en el Parlamento. Eso caldeó los ánimos de un sector de la población que, además, es víctima de la expansión del autoproclamado Estado Islámico por territorio iraquí.

Competencia, no religión

No obstante, fue el llamado a protestar oreado por el líder religioso Moktada al Sadr lo que actuó como catalizador del asalto al Parlamento. Aunque Al Sadr es chiita, él y sus seguidores llevan meses alzando la voz contra la actual forma de repartir cargos, celosamente vigilada por políticos sunitas y chiitas, árabes y kurdos. Dos tercios de la población iraquí es de confesión chiita y son las alianzas chiitas las que dominan el Parlamento. No obstante, sus pactos se han resquebrajado mucho con el paso del tiempo.

El propio Al Abadi –que asumió la jefatura del Gobierno hace dos años para disipar la desconfianza entre sunitas y chiitas, árabes y kurdos– ha terminado por no poder imponerse en sus propias filas. “Al Abadi quiere conformar un nuevo gabinete, pero su base de poder es muy débil”, señala Dlawer Ala'Aldeen, presidente del Instituto de Investigación del Medio Oriente en Erbil, norte de Irak. Sólo un puñado de diputados es leal al primer ministro. “Sus más grandes rivales son los miembros de su partido y sus antiguos compañeros de lucha”, acota Ala'Aldeen.

Sin embargo, según el experto de Erbil, la indecisión y los gestos populistas de Al Abadi lo hacen corresponsable de la anarquía imperante. La clase política en pleno ha fracasado, dice Ala'Aldeen, advirtiendo, eso sí, que aunque el movimiento de Al Sadr clama públicamente por un cambio, éste busca defender ante todo sus propios intereses. A estos actores se suma el Gobierno chiita de Irán, que tiene mucha influencia sobre la política que se hace en Bagdad. Contra esa injerencia también protestaron quienes tomaron el Parlamento este 30 de abril.

Fueron sobre todo seguidores del influyente clérigo Moktada al Sadr quienes entraron a la Zona Verde de Bagdad con consignas reformistas.
Fueron sobre todo seguidores del influyente clérigo Moktada al Sadr quienes entraron a la Zona Verde de Bagdad con consignas reformistas.Imagen: Reuters/A. Saad

El fracaso de la élite política

“Es muy revelador el hecho de que muchos manifestantes gritaran “¡Iran out!” cuando asaltaron la sede legislativa”, comenta Anja Wehler-Schöck, directora de la oficina regional de la Fundación Friedrich Ebert, cercana al Partido Socialdemócrata de Alemania. Por otro lado, el líder religioso de los chiitas iraquíes, el gran ayatola Ali al-Sistani, se ha mantenido al margen de esta polémica hasta ahora. “Hay una diferencia entre los clérigos chiitas de Irak e Irán: Sistani no se percibe como líder político”, explica Wehler-Schöck.

Pese a que los manifestantes ya abandonaron el distrito gubernamental, nadie sabe qué escenarios prever. Todavía se necesita una mayoría en el Parlamento para conformar un Gobierno y aprobar reformas profundas. Y ahora los diputados no tienen ni siquiera una sede segura para reunirse. El especialista Ala'Aldeen ve una salida a esta crisis en el llamado a nuevas elecciones: “de otra forma, habrá que prepararse para el caos y la violencia”.

Ijlas al Obeidi era una de las voceras de la comisión de las protestas. Cuando ella le pidió a los manifestantes que abandonaran la sede del Parlamento, procedió a leer un comunicado donde exigía la formación de un Gobierno tecnócrata, independiente y en una sola sesión parlamentaria, así como la celebración de elecciones anticipadas. “En caso de que no se cumplan tampoco estas reivindicaciones, el pueblo tomará todas las medidas legítimas, empezando por la irrupción en las sedes de las tres presidencias, la huelga general y la desobediencia civil”, dijo la portavoz, añadiendo que la comisión pedirá la dimisión del presidente iraquí, Fuad Masum, del primer ministro, Haider al Abadi, y del presidente del Parlamento, Salim al Yaburi.