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Opinión: "De Múnich a Múnich"

Christian F. Trippe (MS/CHP)9 de febrero de 2015

La Conferencia de Seguridad de Múnich celebrada este fin de semana podría haberse convertido en punto de inflexión histórico. Otra vez suenan en la ciudad bávara los ecos de un drama político, opina Christian F. Trippe.

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Imagen: picture-alliance/dpa/P. Kneffel

¿Tiene Rusia una estrategia a largo plazo? ¿O se maneja más bien de forma espontánea e improvisada para acercarse a su ojetivo de volver a convertirse en una gran potencia? Esta es la pregunta que se formulan representantes de Exteriores y analistas desde hace un año. Con la anexión de Crimea y la guerra híbrida en el Donbás, la política de Putin ha zarandeado los cimientos del orden europeo.

Sergei Lavrov, ministro de Exteriores ruso, suele ser un invitado bien recibido en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Dentro de los círculos de poder de Moscú, es el único que cuida sus contactos occidentales y consigue hacer más llevaderas las tensiones de los últimos tiempos. Pero, en esta ocasión, su intervención en Múnich suscitó estupor, meneos de cabeza y risas. Por momentos, Lavrov sonó como si fuera un recitador y utilizó elementos de pura propaganda para llegar a una conclusión tan equivocada como peligrosa: Occidente tiene la culpa de todo, pues desde el colapso de la Unión Soviética ha humillado constantemente a Rusia.

Múnich, tribuna de discursos incendiarios

La consecuencia lógica de su enfoque es que todo lo que Rusia hace es fruto de la humillación que ha padecido durante más de dos décadas y, por lo tanto, es legítimo. Especialmente reveladora fue su iracunda afirmación de que, tras la caída del Muro de Berlín, Occidente se había comportado como si hubiera ganado la Guerra Fría. ##

Ya en 2007, Putin utilizó la Conferencia de Seguridad de Múnich como tribuna para un discurso incendiario. En aquel entonces, el mandatario ruso formuló duras acusaciones contra Estados Unidos y la OTAN. Echando la vista atrás, queda claro que el rechazo de Putin a un "mundo monopolar" era más que un desafío retórico a Occidente. El mandatario ruso estaba anticipando lo que en los años siguientes iba a dar forma a su política exterior en Georgia, Moldavia, Crimea y en el este de Ucrania. La inquietante intervención de Lavrov este año ha supuesto una especie de acento final.

La nueva confrontación este-oeste

Cuando los historiadores del futuro se pregunten cómo y cuándo comenzó la nueva Guerra Fría, pueden remitirse a la capital bávara. Múnich encarna la nueva confrontación este-oeste que, en realidad, es como una especie de fantasma deformado. En esta ocasión, nadie en Occidente desea un conflicto que carece de confrontación ideológica. Rusia no ofrece esta vez otro orden social o modelo de sociedad. Tampoco se trata de contraponer el mundo ruso-ortodoxo con los valores occidentales.

Rusia actúa contra los intereses del propio país, pues rechaza ofertas y argumentos racionales y se sirve de la pura política del poder y la violencia. Aquí es cuando viene a la memoria el Múnich de 1938, cuando las potencias occidentales creyeron que podrían aplacar a Hitler prometiéndole la región de Sudetenland, y eso, sin preguntar siquiera a Checoslovaquia. Aquel "Múnich" supone para la actual Ucrania un ejemplo de lo que sucede cuando un país se convierte en la pelota de potencias más grandes.

Por lo menos, el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, se sentará en la mesa de negociación el miércoles en Minsk, cuando se celebre el encuentro para lograr un nuevo alto el fuego en el este de Ucrania. Pero la nueva confrontación este-oeste no quedará zanjada allí, pues las diferencias expuestas por Rusia en Múnich son demasiado acusadas.