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Ha vuelto a pasar

14 de diciembre de 2015

En Francia, sólo la coalición electoral de los partidos tradicionales ha impedido el éxito electoral del Frente Nacional, la extrema derecha. Un escenario que no debería tener que volver a repetirse, dice Barbara Wesel.

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Barbara Wesel Studio Brüssel
Imagen: DW/G. Matthes

Victoria amarga. Incluso a pesar de que haya funcionado una vez más la vieja receta de aliarse socialistas y conservadores para bloquear el paso al Frente Nacional. Incluso aunque en sus dos bastiones, en el norte y en el sur, hayan salido elegidos los candidatos conservadores. Incluso aunque ahí hayan conseguido arrebatar a Marine y Marion Le Pen unas victorias que daban por seguras. Con razón los dos ganadores se han mostrado modestos y prudentes.

Los partidos tradicionales no reaccionan

Sendos candidatos del Frente Nacional han obtenido en la segunda vuelta más del 40 por ciento de los votos. Sólo la especificidad de la ley electoral francesa, que posibilita estas alianzas contra un enemigo común, ha impedido su triunfo.

Desde que Jean-Marie Le Pen y Jacques Chirac se disputaron la presidencia de la República en 2002, su hija Marine se ha dedicado a suavizar la imagen de un partido demonizado. Esto ha hecho que aumenten de forma continua sus apoyos. Tras estas elecciones, ya no se puede hablar de bipartidismo en Francia. Mientras socialistas y conservadores contemplan el éxito del clan Le Pen temblando como ratoncillos paralizados ante la serpiente, dan ganas de decirles: levantaos y plantadle cara. Pues está claro que el fenómeno del Frente Nacional no es algo pasajero.

La política y la alienación

El éxito de la extrema derecha se basa en su populismo desenfrenado. Son maestros en apelar a los sentimientos de las gentes corriente de las provincias francesas, que se sienten ninguneadas y nunca escuchadas por la élite del poder en París. Y tienen razón. Es más, los graduados de las elitistas escuelas donde los partidos reclutan tanto a los funcionarios como a los altos cargos, miran por encima del hombro a las clases populares. Y el disfuncional centralismo acérrimo del sistema francés refuerza el sentimiento de alienación entre el gobierno y los ciudadanos.

Esa es la base sobre la que se asienta el Frente Nacional. Su éxito no sólo tiene que ver con el desempleo, sino también con el sentimiento de encontrarse desconectado y sin voz. La extrema derecha, además, como se ve en otros países de Europa, atrae especialmente a los descolgados de la modernización económica y cultural. Las profundas divisiones sociales del país, hacen que encuentren eco los gritos de nación e identidad, de "Francia para los franceses", tantas veces escuchado por una audiencia que se siente amenazada, desde dentro y desde fuera.

Frankreich Wahlen Nicolas Sarkozy
Nicolás Sarkozy y su partido conservador dependió de la ayuda de los socialistas para ganar.Imagen: Reuters/E.Feferberg

La lucha contra el Frente Nacional es inevitable

Ya es hora de que los partidos tradicionales, finalmente, bajen de su nave espacial, llamada París, y escuchen de nuevo a los ciudadanos frustrados del campo y de las pequeñas ciudades de Francia. Al tiempo que afrontan la confrontación ideológica con el Frente Nacional. Difícilmente puede uno abstraerse de su repelente demagogia. Lo peor son los intentos por parte de los candidatos presidenciales, en especial Nicolás Sarkozy, de superarles en su derechismo. Eso además no funciona: ¿por qué iban a conformarse los electores con una copia, si tienen a la original?

Tanto conservadores como socialistas deberían hacer lo contrario, enfrentarse a las ideas xenófobas, antieruopeas y ultranacionalistas del Frente Nacional. En estas elecciones europeas han conseguido, por poco, salirse con la suya, alejando momentáneamente el sueño de Marine Le Pen de alcanzar el Palacio del Elíseo. Pero su partido afianza sus bases, razón suficiente para advertir a los políticos franceses que hay que atajarlo de raíz.