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Opinión: Piñera, un ganador sin fiesta

Diego Zúñiga
20 de noviembre de 2017

El triunfo del exmandatario en las presidenciales chilenas es relativo. Su votación estuvo muy lejos de lo que esperaban en su sector y puede que en la segunda vuelta se quede con las manos vacías.

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Imagen: picture-alliance/dpa/Agencia Uno/L. Rubilar

Las agencias de noticias dicen que la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Chile las ganó el empresario y ex jefe de Estado Sebastián Piñera. En las calles, en las redes sociales, en las conversaciones de pasillo, en cambio, la sensación es otra. Según las encuestas, esas formas de medir los deseos de la sociedad que tan desprestigiadas están, Piñera obtendría entre el 43 y el 46 por ciento, e incluso algunos analistas no descartaban que ganara en primera vuelta. A la centroizquierdista Beatriz Sánchez, en cambio, le daban un 9 por ciento de respaldo. ¿Qué dijo la realidad? Piñera obtuvo el 36 por ciento de los votos y ella, cara visible del centroizquierdista Frente Amplio, el 20 por ciento.

 

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Más allá de la debacle de los estudios de opinión, una historia que ya conocemos del "brexit", de Estados Unidos con Donald Trump y del plebiscito sobre el Acuerdo de Paz en Colombia, cabe preguntarse si puede declararse vencedor un candidato que, habiendo sido presidente, contando con el respaldo de un sector importante de la prensa y con aportes millonarios de empresarios y grupos de poder, y siendo él mismo uno de los hombres más acaudalados de Chile, a duras penas supera el 36 por ciento. ¿Puede decir que ganó un candidato en cuyo sector ya se estaban repartiendo los ministerios de un –para ellos– seguro futuro gobierno y ahora deberá luchar hasta la extenuación para hacer realidad esa fantasía? ¿Puede declararse vencedor un candidato que ahora tendrá que negociar con el pinochetismo para ver si le cuadran los números y supera, aunque sea levemente, el ansiado margen del 50 por ciento?

¿Dije pinochetismo? Sí, pinochetismo, porque el candidato José Antonio Kast, declarado defensor de la dictadura y uno de los prohombres de la derecha más dura, obtuvo un nada despreciable 8 por ciento, votos que ahora Piñera necesita con desesperación para sumar a su sector y acercarse al triunfo. Esto hace presagiar que en la segunda vuelta Piñera tendrá que derechizar su discurso y, por el contrario, su rival Alejandro Guillier, el oficialista que sumó el 22 por ciento y que competirá con el millonario, tendrá que izquierdizarlo para atraer a los sectores que, renuentes a pactar con los "partidos del sistema", crearon el Frente Amplio y ahora tienen en sus manos un enorme caudal de votos y, para sorpresa de muchos, una cantidad nada despreciable de parlamentarios.

De izquierda a derecha, Sebastián Piñera, Alejandro Guillier, Beatriz Sánchez y Marco Enríquez-Ominami.
Piñera ve cómo Guillier y Sánchez se ríen durante el debate presidencial.Imagen: picture-alliance/AP Photo/E. Felix

Vistas las cifras de las elecciones chilenas, la segunda vuelta será bastante más atractiva que lo presagiado por los, digamos, "expertos". El triunfo de Piñera, que para muchos era como el esperable resultado de un partido entre Alemania y Gibraltar, resultó ser una entelequia. Algunos daban por hecho que, a pesar de sus chistes machistas, de sus propuestas contra la justicia social y de un gobierno suyo que, vaya qué mala memoria, fue increíblemente impopular, Piñera volvería en gloria y majestad a La Moneda. Gigantesco costalazo se dieron. Ese es hoy el problema de Piñera. El de la centroizquierda, en cambio, es unir a sus bases, dispersas tras caudillos distintos que, en el fondo, ofrecen cosas bastante parecidas. Algunos, como el progresista Marco Enríquez-Ominami, ya dijeron que apoyarán a Guillier. El expresidente Ricardo Lagos hizo lo propio.

La actual presidenta, Michelle Bachelet, responsable de enormes cambios sociales en Chile, dijo en su segunda campaña presidencial que "cuando la izquierda sale a la calle, la derecha tiembla". Lo que está por verse ahora es si Guillier es capaz de convocar a las masas de su sector, de llevarlos a las urnas y de convencerlos de que el camino correcto es el que él propone. Su tarea no es nada de sencilla en un país donde el voto es voluntario, donde menos del 50 por ciento de las personas habilitadas para votar lo hace, y donde la mayoría de la gente que no vota pertenece, precisamente, a los sectores que podrían verse beneficiados con un Estado protector.

Autor: Diego Zúñiga (VT)