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Opinión: Poco que celebrar en Kosovo

17 de febrero de 2018

Kosovo declaró la independencia hace diez años, pero sus problemas no han disminuido desde entonces. El país necesita reformas. Su impulso debe venir tanto del interior como del exterior, dice Vilma Filaj-Ballvora.

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Kosovo wird selbstständig
Imagen: picture-alliance/dpa

"Lo único que hemos conseguido ha sido la independencia". Es la breve respuesta de un estudiante de Kosovo a la pregunta de cómo se siente un joven en el Estado más joven de Europa. Resume la esencia del problema: nada ha avanzado en Kosovo. Los kosovares hicieron historia hace diez años cuando, después de décadas de conflicto y de guerra, proclamaron la independencia en un proceso pacífico facilitado por la ayuda de diversas organizaciones internacionales. La euforia del momento fue abrumadora, como el deseo de dar forma finalmente al ansiado Estado propio.

Pero, diez años después, el balance es desalentador: la economía, estancada; el desempleo, enorme; prevalecen la pobreza, la corrupción y el nepotismo. Y los jóvenes no tienen perspectivas. La consecuencia fatal: en los últimos años, la gente ha emigrado en dirección a occidente.

Ya no hay "paisajes florecientes"

¿Cuál es el problema? ¿Por qué en Kosovo, con tanta inversión internacional, no se divisan "brotes verdes" ni han aparecido los proverbiales "paisajes florecientes"? Hay varias razones. Por un lado, el factor internacional: a pesar de que Kosovo actúa oficialmente como un estado soberano, el país no esta reconocido por todos los miembros de la ONU y aún está bajo control internacional. La misión UNMIK de Naciones Unida continúa siendo la autoridad decisiva en la administración del país. Los soldados de la KFOR bajo el mando de la OTAN todavía tienen que proporcionar seguridad hoy en día. Y EULEX, la Misión del Estado de Derecho de la UE, está a cargo de construir un Estado constitucional.

Las estructuras internacionales, destinadas a ayudar en la creación de un Estado, a menudo se interponen en el camino de las nacionales y viceversa. Además, los casos de corrupción masiva han dañado la imagen de los trabajadores de ayuda extranjera. ¡Un país no puede ser soberano y al mismo tiempo seguir tutelado como un protectorado!

Disputas a pesar del diálogo

Por otro lado, Serbia: Belgrado todavía no reconoce la independencia de Kosovo. Durante años, la UE ha mediado en un largo diálogo entre Pristina y Belgrado para normalizar las relaciones. Pero las discusiones encallan una y otra vez por demandas incompatibles de ambas partes. Bruselas ha convertido un acuerdo vinculante para ambos países en una condición previa para la prevista adhesión a la UE. Las conversaciones están estancadas de nuevo.

Y no menos importantes son los mismos kosovares: el desarrollo del país todavía se caracteriza por crisis políticas internas y está paralizado. Varias leyes medulares todavía no se pueden aprobar en el parlamento. Por ejemplo, la ley sobre un Tribunal Especial Internacional, que busca esclarecer los presuntos crímenes de guerra de los albaneses contra los serbios, sigue siendo cuestionada por los parlamentarios. Es necesaria para el proceso de reconciliación en el país. Del mismo modo está pendiente la aprobación del acuerdo fronterizo con Montenegro para la obtención de visados, tan importante para Kosovo.

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Vilma Filaj-Ballvora, dirige la redacción albanesa de DW.

Desde el final de la guerra en 1999, los ex comandantes de UÇK han moldeado las políticas del país: Hashim Thaçi, que ahora es presidente, y Ramush Haradinaj, que se convirtió en primer ministro por segunda vez en septiembre de 2017. Pero ambos cultivan una relación de amor y odio mutuo desastrosa para el país. Demasiado grandes son su rivalidad y sus ambiciones personales. Tras la guerra, fueron aclamados como héroes. Y todavía disfrutan de un amplio apoyo social. Pero las críticas son cada vez más fuertes.

Hacen falta reformas

El tiempo apremia: el estancamiento permanente daña al joven país y a toda la región. Y podría traer problemas a Europa, que es el "destino de Kosovo", como siempre, declaran Thaçi, Haradinaj y los suyos. Pero convertirse en parte de Europa significa primero completar con éxito su tarea.

Sin presiones para las reformas, que deben venir tanto de dentro como de fuera, Europa seguirá siendo un sueño. Se necesita pragmatismo. Los propios kosovares no deben rehuir su responsabilidad. Pero también Serbia debe superar el resentimiento del pasado. Y la UE debe aclarar a Pristina y Belgrado sus condiciones, creando al mismo tiempo más incentivos.

Autora: Vilma Filaj-Ballvora (LGC/MS)

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