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Tras los debates de TV, llega el desencanto

Christian Trippe / ERS21 de mayo de 2014

Dentro de pocas horas abrirán los locales de votación en Gran Bretaña y Holanda. Termina así la campaña electoral por los 751 escaños del Parlamento Europeo, con un gran malentendido, en opinión de Christian F. Trippe.

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Imagen: Bernd Riegert

Solo pocas palabras alemanas han logrado ser entendidas o incluso adoptadas en otro idioma como extranjerismo. Ahora, la palabra “Spitzenkandidat” (candidato puntero) ha conseguido dar el salto del alemán al inglés.

Una elección solo genera el necesario interés político si está ligada a un asunto de poder. De esta apreciación correcta, los estrategas partidistas de derecha a izquierda sacaron una conclusión revolucionaria: la campaña electoral europea debía verse como si esta vez los electores pudieran responder la pregunta cardinal de cualquier comunidad democrática: ¿Quién ha de dirigir el barco? ¿A quién le otorgamos el poder?

Desinterés por el resultado

Tras múltiples debates televisados y actos electorales, foros online y tormentas en Twitter, cunde el desencanto. La participación electoral – por lo menos según lo que registran las encuestas por doquier en la UE- seguirá dando tumbos con toda probabilidad. En uno que otro país podría aumentar un poco, en otros sitios seguirá bajando. Un triste resultado.

De acuerdo con una encuesta de YouGov, encargada por la revista Cicero, solo uno de cada cinco alemanes aguarda con interés el resultado de las elecciones europeas. Dicho de otra forma: al 80 por ciento le da más o menos igual. ¿Y qué pasó con el efecto movilizador de los candidatos al cargo de presidente de la Comisión Europea? Se desvaneció.

La EBU, la agrupación de las emisoras de derecho público en Europa, organizó un debate con los cinco candidatos a la jefatura de la CE. El programa estuvo muy bien preparado en cuanto a contenidos, la controversia entre las diversas posturas políticas fue puesta en escena de manera atractiva. No obstante, el interés fue escaso. En Alemania sintonizaron la emisión apenas 160.000 espectadores. Los debates sobre política europea son considerados “veneno para el rating”.

Candidaturas simbólicas

Los estrategas de los partidos buscan ahora las causas por las que la campaña no funcionó como se deseaba. Primera tesis: la campaña electoral no pudo ser transmitida a toda Europa. En el sur del continente, agobiado por las crisis, los electores no se entusiasman con las mismas consignas que los europeos del norte, que desde la eurocrisis temen por sus ahorros. En un país existe la tradición de los afiches electorales, en otro la de las visitas puerta a puerta casa, y en otros la de los volantes y mítines callejeros.

Christian Trippe
Christian Trippe.

Tesis número 2: los principales contendores – el conservador Jean-Claude Juncker y el socialdemócrata Martin Schulz- son políticamente demasiado parecidos. Ambos son, efecto, fervientes europeístas, que harían casi cualquier cosa por su proyecto compartido de una Europa políticamente integrada, y argumentan libres de sellos ideológicos. Así son las cosas en Europa.

Los candidatos estuvieron bastante presentes en unos pocos países, menos en muchos otros y en Gran Bretaña no tuvieron ninguna figuración; también eso es expresión de lo que quizás sea el mayor malentendido de esta campaña electoral. Porque, visto con atención, las candidaturas (a la jefatura de la Comisión de la UE) solo son legal y políticamente simbólicas. La cuestión del poder solo se plantea indirectamente.

Actualmente hay en Bruselas innumerables elucubraciones acerca de quién y bajo cuáles circunstancias podría ser designado próximo presidente de la Comisión de la UE en vez de los principales candidatos, Schulz y Juncker. Tal cosa sería sin duda un “fraude de cara a los electores”. Claro que podría discutirse quién lo cometió: aquellos que jugaron arriesgadamente y presentaron a los “Spitzenkandidaten” virtuales, o aquellos que, por la razón que sea, nominan a otro jefe.

Quedan dos conclusiones: una campaña electoral errada no es campaña. Y dos: el idioma inglés cuenta con un nuevo extranjerismo.