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Un viaje literario entre La Habana y Berlín oriental

Enrique Anarte
3 de abril de 2017

DW entrevistó en Madrid al escritor cubano Julián Martínez Gómez, que acaba de publicar una novela en la que viaja en el tiempo y el espacio, entre la capital cubana y la de la Alemania comunista.

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Julián Martínez Gómez.
Julián Martínez Gómez.Imagen: DW/E. Anarte

Julián Martínez Gómez (La Habana, 1985) dejó su isla natal con solo 18 años, pero siempre la ha llevado consigo. Actor y escritor, ha trabajado en televisión, cine y teatro y ha publicado varias obras, sobre todo poesía y relato breve. A su corta edad es ya un referente, dentro y fuera de su tierra, de la literatura cubana que da voz a las experiencias de las personas lesbianas, gais, bisexuales, trans e intersexuales (LGBTI).

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DW habló con el autor cubano, residente en Madrid, con motivo de la publicación de su primera novela por la editorial española independiente Dos Bigotes, que vuelve a aventurarse en las letras cubanas tras publicar en 2015 la antología de relatos Mañana hablarán de nosotros. En El amante alemán, Martínez Gómez recurre a un estilo literario innovador y rompedor, con recursos tales como fotografías, música, guiones cinematográficos o recetas de cocina, para dar vida al pasado de su Cuba natal y del Berlín oriental al que viajó su padre. Entre el presente y el pasado de esos dos polos y el barrio madrileño de Malasaña se desarrolla una historia de amor entre dos hombres marcada por la distancia, el retorno a los orígenes y la fuerza de las pequeñas historias que subyacen a los grandes acontecimientos de la Historia.

DW: "El amante alemán" es un viaje en el tiempo, pero también geográfico: La Habana, Berlín oriental, Madrid. ¿Por qué esos tres puntos cardinales? ¿Cuál es la conexión entre esas tres ciudades y, en especial, entre la capital de su isla y de la República Democrática de Alemania?

Julián Martínez Gómez: Siempre tuve muy claro que quería hacer algo con unas fotos y un diario de cuando mi padre fue a Berlín en 1981. Aunque estaba muy cómodo en la narrativa breve, de repente se me ocurrió construir una historia alrededor de esto. La conexión entre La Habana y Berlín son esas fotos que tomó allí y ese diario que escribió. Alrededor de esto fueron llegando orgánicamente las piezas del puzzle y para mí era evidente que Madrid tenía que estar. Primero, porque vivo aquí; pero también porque La Habana y Berlín de aquella época eran como puntos encontrados, por una parte una crisis y por otra una apertura, y quería plantar el amor de los dos protagonistas en un sitio neutral como puede ser Madrid.

¿Ha abordado la literatura suficientemente los vínculos humanos, personales, surgidos a raíz de la relación política entre la RDA y Cuba?

No. Yo sentía que tenía que contar esta historia y que se había escrito muy poco en la literatura cubana sobre los sucesos históricos que aparecen reflejados en la novela, como pueden ser el accidente aéreo del 3 de septiembre de 1989, o los viajes de esos cubanos que estaban encerrados en aquel momento en la isla y cuya única manera de salir era ser un buen trabajador y que les tocara como premio conocer la Alemania comunista. Me parecía muy interesante contar estos viajes y qué pasaba con estas personas a su regreso.

La novela discurre en torno a importantes acontecimientos históricos que dejaron su huella en lugares como La Habana o Berlín, pero sin abordarlos directamente, centrándose en las vidas de quienes se vieron afectados por ellos. ¿Por qué prefiere contar estas microhistorias?

Realmente, aunque la novela cuente sucesos históricos, a mí me interesaba contar la parte humana. La gente ya conoce la caída del muro de Berlín, lo que me interesa es qué provocó eso en las personas. Por eso El amante alemán se centra en las historias de los personajes de puertas para adentro.

Uno de los temas que aborda el libro es la distancia, bastante recurrente en la literatura cubana en el exilio. ¿Cambia esto ahora, en un momento en el que el país empieza a experimentar una gran transformación?

La distancia ha sido un tema recurrente no solo en la literatura cubana, sino también en otras disciplinas como el cine, pero es algo evidente porque hemos sido un país con una historia tremenda. Muchos de nosotros hemos elegido salir cuando hemos tenido la oportunidad y eso influye en las historias que contamos, porque cuando se migra siempre se pierde algo, pero también se gana.

Es verdad que ahora mismo el país está viviendo una apertura y mucha gente está volviendo. Creo que, en consecuencia, se empezarán a contar otras historias, pero ahora estamos en un momento de transición. Las cosas van despacio y no hay cambios sustanciales como para que ello se refleje de manera tangible en el cine o en la literatura, aunque sea cierto que empiece a haber matices.

En este libro vuelves a abordar la temática de la homosexualidad, pero lo haces con una historia en la que la homofobia no solo no tiene un papel protagonista, sino que directamente está ausente. No es un enfoque común en la literatura que aborda la diversidad sexual y de género. ¿Es voluntario?

Sí. Yo creo que no todo puede ser tan terrible. Dentro de nuestro colectivo hay historias de comprensión, de aceptación, de amor, de amistad. No todas tienen que ser trágicas y dolorosas. También tenemos que plantearnos hablar lo que hemos avanzado, así como otro tipo de relación con el entorno. Por supuesto, no digo que no haya que contar esas otras historias. Pero me apetecía contar una historia de amor entre dos hombres en el que la homofobia sencillamente no estuviese.

¿Cree que hay hueco en la literatura y otras expresiones artísticas de Cuba para la diversidad sexual y de género?

Se aborda el tema, sí se hace. El problema de Cuba es que eso no llega a la población de la forma en que tendría que llegar. La gente está demasiado entretenida en sobrevivir. Hubo una época en la que la gente consumía mucho teatro, cine o televisión. Ahora todo se ha empobrecido. Aunque sí es verdad que el cine independiente, por ejemplo, está abordando estas realidades, pero siempre al margen del oficialismo.

También creo que no se han asumido las responsabilidades políticas. Una vez al año se hacen unas jornadas contra la homofobia, los convidan a todos para hablar sobre los derechos. ¿Pero dónde están los derechos? Además, quien lo organiza es Mariela Castro, hija de Raúl Castro. Claramente es una persona con influencia y poder para hacer cambios radicales a nivel político para mejorar los derechos de las personas LGBTI. Pero no, les basta con hacer una semana contra la homofobia, con sacar unas banderitas de colores. Y los derechos siguen sin estar.