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Rebobinando el tiempo

Silke Bartlick / Lydia Aranda Barandiain16 de abril de 2013

El mundo siempre gira a la misma velocidad, pero el hombre se mueve en él cada vez más rápido. Una exposición el Museo de la Comunicación de Berlín muestra nuestra fascinación por la velocidad a través de la historia.

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Imagen: Frank Löhmer

“El tiempo es relativo, y solo se puede experimentar en el movimiento”, descubrió Albert Einstein. La obsesión del hombre por controlar el tiempo y hacer las cosas más rápido y de forma más eficiente es el tema de la nueva exposición en el Museo de la Comunicación de Berín, titulada “Meine Zeit” (“Mi tiempo”). A través de 250 objetos expuestos en sus vitrinas, la gente puede hacer un viaje en el tiempo para observar la evolución del concepto del tiempo y la aceleración desde el comienzo de la era moderna.

Durante miles de años, la gente se movía de forma lenta, a pie o a lomos de un caballo, burro, camello o elefante. Esto incluía a los servicios de mensajería, los cuales se movían siempre a un ritmo constante y recorrían cada día distancias razonables, haciendo que los envíos llevaran mucho tiempo. A finales del siglo XV, este proceso cambió. Se empezaron a contratar varios mensajeros para un mismo envío capaces de hacer turnos por el camino. Esto aseguraba más tiempo libre y eficiencia para ellos, y un envío más rápido para el receptor. Los comerciantes rápidamente vieron el potencial de esta técnica, entendiendo que el tiempo era dinero, y financiaron la mejora del sistema para su propio beneficio.

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La oficina de correos de Braunschweig en 1968: un hervidero de actividad.Imagen: Museumsstiftung Post und Telekommunikation

“La aceleración es el resultado de la optimización y el racionalismo”, dice Klaus Beyrer, curador de la exposición de Berlín. En el museo se puede seguir la evolución del servicio de mensajería a través de la historia: se pueden observar horarios de carteros del siglo XVIII que controlaban su puntualidad, los modelos de carros que utilizaban, mapas con las rutas a seguir y teletipos.

El todopoderoso reloj

Con la llegada de la industrialización se establecieron las jornadas laborales fijas, y con ello un elemento hasta entonces no muy extendido comenzó a ser vital: el reloj. Grandes relojes comenzaron a ocupar sus puestos regulares en estaciones de tren o puertas de fábricas, los despertadores comenzaron a ser parte indispensable de las mesitas de noche, y los grandes relojes de pie pasaron a ser decoraciones frecuentes en los salones de estar de los hogares privados.

Al mismo tiempo se desarrolló una racionalización de otras áreas de la vida cotidiana: en las oficinas, calculadoras y máquinas de escribir aceleraron todo tipo de labores y, en el hogar, los platos precocinados, las ollas a presión, las lavadoras y las aspiradoras convirtieron el trabajo de las amas de casa en algo mucho más liviano. El tiempo era, cada vez más, un bien caro y escaso.

Con la aceleración de los medios de transporte, el comportamiento de las personas para con el tiempo también ha cambiado irreversiblemente. La puntualidad ha pasado a ser un bien tangible; los retrasos, aunque solo sean de unos pocos minutos, son en muchos países motivo de desagrado, y se consideran pérdidas de tiempo. Así como en épocas pasadas el objetivo era llegar de cualquier modo al destino, hoy es llegar lo antes posible.

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Siempre a tiempo, y antes, si es posible: ahorrar tiempo se ha convertido en una obsesión.

La exposición “Meine Zeit” demuestra que, desde hace mucho, el tiempo ya no es ningún regalo, sino un valor económico que se debe usar de forma eficiente. De ahí que se hayan ido desarrollando coches, trenes, bicicletas y aviones cada vez más rápidos, que las noticias lleguen cada vez más lejos, más rápido y en mayor cantidad, que la información se almacene de forma cada vez más compacta para ofrecer un acceso rápido, y que gracias a teléfonos móviles, ordenadores y altavoces, cada vez sean más las cosas que podemos hacer a la vez.

¿Demasiado para el cuerpo?

La velocidad fascina a las personas, pero también causa temor hoy en día, tanto como lo hizo la primera locomotora de vapor que recorría las vías a 40 impresionantes kilómetros por hora. Hay quien recibe con euforia los últimos avances tecnológicos para mover el mundo más rápidamente, pero también hay quien se pone enfermo con ellos. En el año 1900 se hablaba de una “época nerviosa”. Hoy, el término “burnout” está en boca de todos.

Therme Bad Wörishofen
La expansión de los centros de "wellness" es una consecuencia del exceso de velocidad en nuestras vidas.Imagen: picture-alliance/dpa

Casi todo el mundo tiene la sensación de no tener suficiente tiempo, y es algo que, en un mundo comercializado, no ha tardado en reflejarse en la industria: las droguerías ofrecen medicamentos e infusiones para relajar los nervios y ayudar a conciliar el sueño, cápsulas balsámicas contra el estrés, máscaras relajantes, etc.; crece la demanda de asesores para la gestión del tiempo; bebidas energéticas y cafés se ofrecen en cualquier establecimiento; los oasis de “wellness” florecen en los centros urbanos para ayudar a “desconectar”.

La exposición del Museo de la Comunicación de Berlín también se puede recorrer muy rápidamente, pero su objetivo más probablemente sea el de hacer que las personas se olviden por un momento de las presiones que les aguardan fuera de sus puertas. Durante un rato, el tiempo se detiene al observar los objetos exhibidos, y los visitantes pueden darse el lujo de reflexionar sobre su relación con el tiempo, su sistema de valores y, naturalmente, sobre las consecuencias ecológicas de la ideología de “cuanto más y más rápido, mejor”.


Autora: Silke Bartlick / Lydia Aranda Barandiain
Editora: Emilia Rojas Sasse