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Washington-Caracas: ¿por las malas?

3 de mayo de 2017

Si los distintos bloques de países americanos no pueden conseguir que se reinstaure el Estado de derecho en Venezuela, ¿qué opciones presenta la bilateralidad? En ese sentido, ¿es EE. UU. un ejemplo para el continente?

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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.Imagen: Reuters/J. Roberts

En 2016, emisarios de la oposición venezolana se reunieron por primera vez con el secretario general de la Organización de Estados Americanos para pedirle que invocara la Carta Democrática Interamericana y castigara al Ejecutivo de Nicolás Maduro por violentar el Estado de derecho en la nación caribeña. Desde entonces, la OEA y el resto de las organizaciones de países del continente han dejado en evidencia que carecen de los recursos para persuadir al establishment chavista de respetar la institucionalidad democrática.

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“De las ‘tarjetas rojas’ que la OEA, el MERCOSUR y la UNASUR le podrían mostrar a Venezuela, la del MERCOSUR debería ser la más eficaz, porque esa entidad tiene instrumentos punitivos muy concretos que afectan directamente al comercio del Estado sancionado. La cláusula democrática menos amenazante es la de la UNASUR”, explicaba entonces Daniel León, de la Universidad de Leipzig. Un año más tarde, tras la inofensiva suspensión de Venezuela en el MERCOSUR y su voluntario deslinde de la OEA, ¿quién le pone el cascabel al gato?

¿Por las buenas o por las malas?

“Sólo quedan dos organizaciones que podrían tener influencia sobre Venezuela: la UNASUR y la CELAC. Y tengo la impresión de que la UNASUR ya se ha vuelto demasiado crítica para la sensibilidad del Gobierno de Maduro”, señalaba Peter Birle, director de investigación del Instituto Iberoamericano (IAI) de Berlín, antes de la afrenta sufrida por el chavismo en El Salvador: este martes (2.5.2017), la CELAC no pudo emitir resolución alguna sobre la crisis venezolana en una reunión urgente solicitada por la ministra de Exteriores de Maduro.

El motivo: varios miembros de la CELAC –que incluye a todos los países americanos, exceptuando a Canadá y a Estados Unidos– boicotearon el encuentro para que no hubiera quorum. Dadas las limitaciones de estos grupos de cara a la cuestión venezolana, Detlef Nolte, director del Instituto GIGA de Estudios Latinoamericanos, sostiene que queda en manos de Estados puntuales interactuar con Caracas bilateralmente, de Gobierno a Gobierno. Pero, ¿por las buenas o por las malas? De ser por las malas, sólo Estados Unidos parece dar la talla.

Estados Unidos: comedido, no pasivo

Víctor Mijares, de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, recuerda que la Casa Blanca nunca ha intervenido directamente en Sudamérica –ni siquiera durante la Guerra Fría– y cree improbable que lo haga ahora. “Los costos son muy altos y los beneficios, ínfimos”, dice Mijares, acotando que el Ejecutivo de Maduro cumple puntualmente con sus compromisos financieros para evitar que facturas abiertas se conviertan en su talón de Aquiles. Pero, hasta ahora, es Washington el que ha reprendido con más fuerza a Caracas.

Este 2 de mayo, Michael Fitzpatrick, subsecretario de Estado adjunto para el Hemisferio Occidental, advirtió que Estados Unidos sopesaba imponer nuevas sanciones sobre funcionarios del Gobierno chavista en respuesta a la convocatoria de una “Asamblea Constituyente Popular” por parte de Maduro, “que ignora la voluntad del pueblo venezolano y erosiona más la democracia” en el país. Antes de eso, el presidente Donald Trump, su Gabinete, el Comando Sur y la mayoría republicana en el Congreso tacharon de “desastrosa” la situación de Venezuela; recibieron a representantes del antichavismo; conversaron con mandatarios y exmandatarios latinoamericanos sobre la crisis de esa nación; arguyeron que “la creciente crisis humanitaria en Venezuela podría, eventualmente, obligar a una respuesta regional”; amenazaron a Estados caribeños con suspender las ayudas estadounidenses si éstos no le retiraban su apoyo a Maduro en la OEA; denunciaron el autoritarismo y las violaciones de derechos humanos del “hombre fuerte” de Caracas; dieron por fracasado el diálogo entre el oficialismo y la oposición; exigieron la liberación de Leopoldo López y el resto de los presos políticos en Venezuela; y pusieron al vicepresidente Tareck El Aissami en una lista internacional de narcotraficantes prominentes… En comparación con el talante exhibido frente a los regímenes dictatoriales de Bashar al-Assad en Siria y Kim Jong-un en Corea del Norte, la postura de Trump frente a Venezuela luce entre comedida y desganada. Sin embargo, en nombre de la “no injerencia”, los Gobiernos al sur del Río Bravo no han hecho ni la mitad de lo que podrían para propiciar un retorno a la senda democrática en Venezuela.

Evan Romero-Castillo