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Sociedad

Chespirito, el hombre que nos hizo reír

Diego Zúñiga
29 de noviembre de 2014

Chespirito, el comediante mexicano, incansable creador, actor, director y guionista, dejó una huella indeleble en varias generaciones de latinoamericanos.

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Roberto Gómez Bolaños (Archivo 2006)
Roberto Gómez Bolaños (Archivo 2006)Imagen: Luis Acosta/AFP/Getty Images

En las redes sociales circula desde la noche del viernes (28 de noviembre de 2014) un dibujo donde todos los superhéroes del mundo acuden al funeral del Chapulín colorado. La muerte de Roberto Gómez Bolaños, a la edad de 85 años, es no solo la partida de un ícono del humor latinoamericano, sino también la simbólica desaparición de una decena de personajes que, más allá de la inexistencia física del hombre que los encarnaba, seguirán estando presentes en las memorias de millones de personas en toda América Latina.

No solo en este lado del mundo se siente la partida de Chespirito. Sus programas, que en su momento de apogeo fueron más vistos que el tan publicitado “Súper Tazón” estadounidense, llegaron a transmitirse en rincones tan lejanos del planeta como Rusia, Australia y Japón. Pero fue sin duda en Latinoamérica donde el contenido de sus creaciones caló con mayor profundidad.

Ejemplos pueden darse muchos. Como cuando el elenco del “Chavo del ocho” visitó Chile en 1977 y una marea humana lo recibió en el aeropuerto y lo acompañó hasta el centro de Santiago, ciudad donde el Estadio Nacional se repletó para ovacionar a los actores. Gómez Bolaños recordaba con mucho cariño el episodio, e incluso lo consignó en su autobiografía “Sin querer queriendo”, donde también condenó las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura militar de Augusto Pinochet.

En Argentina, Diego Armando Maradona siempre declaró su admiración absoluta por Chespirito, y llegó a decir que cuando estaba triste, pasaba sus pesares mirando “El chavo del ocho”. En Cali, Colombia, existe una estatua gigante del Chavo, y este viernes 28 de noviembre la torre Colpatria de Bogotá se iluminó con los colores rojo y amarillo del Chapulín colorado. El futbolista chileno Sebastián González, cada vez que marcaba un gol en el Atlante, festejaba disfrazándose de Chapulín, de Quico, de Chavo, incluso de Doña Florinda. En Brasil no se habla de otra cosa en las redes sociales que no sea de la muerte del creador del “Chaves”. América Latina sintió el golpe y así lo expresó la gente.

Intelectuales descontentos

Es curioso que en México los intelectuales nunca hayan visto con buenos ojos la obra de Gómez Bolaños. Tramas burdas y contenido chabacano y violento es lo menos que se dijo en su momento de los programas del “Chavo del ocho”. Sin embargo, el alcance masivo imposible de obviar de la propuesta de Chespirito hace que uno se pregunte si el análisis correcto de su legado debe hacerse desde la academia, o sencillamente ha de entenderse la fuerza con que llegó al espectador por razones puramente sentimentales. Para varias generaciones, el Chavo es una tarde de televisión junto a los padres, una sonrisa del abuelo, una razón para dejar de estar triste. ¿Acaso alguien podría cuestionar la felicidad sincera de un niño ante una travesura del Chavo aludiendo a la presunta pobreza argumentativa de un programa infantil?

Porque podrá cuestionarse la violencia de algunos pasajes del "Chavo", pero también podría valorarse la profunda solidaridad de sus personajes, la compasión de un señor Barriga siempre dispuesto a perdonar una deuda o el afán comunitario que, pese a las miserias, mostraba la vecindad. El episodio navideño en que Don Ramón comparte con el Chavo lo único que tiene, una torta de jamón, vale por cien lecciones de respeto y hermandad.

Pese a los comentarios críticos de los analistas de redes sociales, personas que desde sus computadores emiten juicios tajantes sobre la realidad que está precisamente lejos de las pantallas LED, Chespirito consiguió ganarse un lugar en el corazón de sus espectadores a punta de humor blanco, chistes repetidos, pastelazos, accidentes y una profunda dosis de sensibilidad. El Chavo es el niño pobre de cualquier lugar de América Latina, así como Don Ramón es el eterno desempleado de cualquier rincón del continente, Doña Florinda es esa vecina amarga que todos hemos tenido y La Chilindrina es la mocosa impertinente que saca de quicio a moros y cristianos.

En febrero de 2005, Chespirito llegó a Chile a promocionar su libro “…Y también poemas”. Una enorme fila de seguidores lo esperó largos minutos dentro de un centro comercial, ansiosos por obtener una firma del ídolo. En un momento determinado, Gómez Bolaños salió de la librería donde se realizaba la actividad, para ir al baño. En lugar de abalanzarse sobre él, el público hizo un pasillo para que Chespirito avanzara a paso cansado –frisaba los ochenta años–, aplaudiéndolo y agradeciéndole las risas. Gómez Bolaños sonreía y lanzaba bromas. Florinda Meza, eterna compañera, luego comentó que el respeto y cariño que recibían en Chile se replicaba en toda América Latina, y que eso era un alimento para las almas de ella y de su esposo.

Este domingo, en el Estado Azteca, habrá un homenaje a Roberto Gómez Bolaños. En el ataúd estará su cuerpo. Para millones de personas, allí también el Chapulín, el Chavo, el doctor Chapatín, Chaparrón Bonaparte, el ciudadano Gómez y el Chómpiras descansarán por toda la eternidad.

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