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Chillida y su legado de hierro

20 de agosto de 2002

Eduardo Chillida, máximo exponente de la escultura española de las últimas décadas, murió a los 78 años en San Sebastián. Su huella perdura también en Alemania, donde una obra suya se alza ante la sede del gobierno.

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La escultura de Chillida, a la entrada de la Cancillería, en Berlín.Imagen: AP

Famoso por sus monumentales esculturas de hierro, como la que se encuentra ante el palacio de la Unesco, en París, Eduardo Chillida es considerado uno de los escultores más significativos de los últimos tiempos.

Con él, muere un símbolo del arte contemporáneo español. Sin embargo, en un comienzo su creación no fue apreciada en toda su trascendencia en su propia patria. Otros países se adelantaron en reconocer su pleno valor, como Francia y Alemania. A esos tiempos se remontan también sus vínculos con la cultura germana, reflejados, por ejemplo, en la presencia de obras suyas en diversas ciudades como Fráncfort, Münster y Bonn. Aquí se entendía mejor su arte, según el propio Chillida, quien afirmó una vez haber "aprendido mucho de la filosofía, mística y poesía alemana".

Monumento al reencuentro

Quizá por eso le atrajo también el fenómeno social que se produjo tras la caída del Muro de Berlín y plasmó sus impresiones en un verdadero monumento a la reunificación: una escultura de seis metros, en la que dos vigas de hierro se alzan como brazos que buscan entrelazarse en lo alto. La obra, que lleva el nombre de Berlín, se levanta ante la fachada del edificio de la Cancillería, en la capital de la Alemania unida.

Al inaugurarla, el canciller Gerhard Schröder calificó la escultura como una de las obras más significativas en la trayectoria del artista. Recordó lo que le había comentado el propio Chillida poco tiempo atrás: "Habló de esa sensación especial que él, como vasco del extremo occidental de Europa, había percibido aquí en Berlín, en el punto en que se encuentran Este y Oeste; de la sensación de nuevo comienzo; de la curiosidad con la que los alemanes se reencontraban, en la convicición de que juntos forjarían una nueva Alemania unida".

La conversación que recordó Schröder se remontaba a septiembre del 2000, cuando el escultor vasco cumplió uno de los mayores sueños de su vida: inaugurar su propio museo en una casona rural del siglo XVI, en Hernani, localidad cercana a San Sebastián.