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Coronavirus en Alemania: del éxito inicial a 100.000 muertes

Fabian Schmidt
25 de noviembre de 2021

A diferencia de muchos otros países del mundo, Alemania superó las tres primeras oleadas de manera aceptable. Pero con el verano llegó la despreocupación y las consecuencias son catastróficas, dice Fabian Schmidt.

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Symbolbild Trauer Covid-19-Tote Deutschland
Imagen: Ute Grabowsky/photothek/imago images

Llegó el momento: más de 100.000 muertes por coronavirus en Alemania. Tras esta cifra hay personas, que en su mayoría se han asfixiado literalmente en las unidades de cuidados intensivos solas, sin familiares ni seres queridos, conectadas a tubos y a la tecnología.

Pero, detrás de ese número, también hay miles y miles de médicos y personal sanitario luchado diariamente por la vida de sus pacientes más allá de lo imposible. Muchos de ellos están al borde de la extenuación física y síquica al final del segundo año de pandemia. Otros han renunciado a la profesión.

Y detrás del número se esconde una verdad absoluta: no se tenía que haber llegado a este punto.

Confinamientos exitosos

A nivel internacional, Alemania había salido hasta ahora airosa en la pandemia: los confinamientos en la primavera de 2020 y el invierno de 2020/21 surtieron efecto. Conmocionada por la rápida propagación del virus y las imágenes del norte de Italia y España, donde el sistema de salud estaba irremediablemente sobrecargado, la vida pública alemana casi se paralizó por completo en abril de 2020.

La gente se quedó en casa y cumplió con las reglas de higiene recomendadas. El éxito fue claro: nos ahorramos tasas de incidencia elevadas por encima de 500, como las que se produjeron en la República Checa durante las tres primeras oleadas.

El gobierno alemán pudo amortiguar los peores efectos económicos tras haber concedido ayudas económicas. Las empresas fueron inesperadamente innovadoras en términos de soluciones rápidas, facilitando el trabajo desde casa. Pero ahora nos hemos descuidado y estamos pagando el precio por ello.

Fabian Schmidt, redactor de Deutsche Welle
Fabian Schmidt, redactor de Deutsche Welle

Lección aprendida y olvidada con rapidez

Recuerdo dos momentos de la pandemia: el primero fue en marzo de 2020. Las autopistas estaban tan vacías, que un conductor de camión de una gran cadena de supermercados, cerca de Hannover, solo se encontró con otro vehículo después de haber conducido media hora. Esto sucedió en uno de los ejes de transporte más importantes de Europa y en medio de una de las regiones industriales económicamente más fuertes de Alemania.

La segunda imagen es de julio de 2021: un viaje en automóvil me llevó a través de Berlín-Kreuzberg. Las calles estaban abarrotadas. Las aceras, cafés y restaurantes, llenos de gente, una enorme fiesta y en apariencia interminable. La gente se comportaba como si el coronavirus no existiera o como si ahora tuviera que compensar todo lo que se había perdido el año anterior.

Conceptos de higiene solo sobre papel

Las dos imágenes son sintomáticas de lo que salió mal: creyendo que lo peor ya había pasado, la gente primero se cansó de las restricciones y luego se descuidó ante la amenaza.

Ganó el deseo de volver a la normalidad. Y la gente volvió a reunirse en escuelas, en conferencias, seminarios y comités, en deportes populares, en el transporte local, en conciertos, en estadios de fútbol y, más recientemente, al celebrarse el inicio del carnaval renano. 

Y aunque seguían estando en vigor los conceptos de higiene, nadie los tomó muy en serio. Se sabe desde hace mucho tiempo que las personas vacunadas pueden ser asintomáticas e infectar a otras personas. Lo mismo ocurre con los niños y los jóvenes. En otras palabras, se dieron las condiciones perfectas para que el virus se propagase.

A esto se suma la negativa a vacunarse, hecho peculiar en las zonas de habla alemana. España y Portugal han interiorizado la lección de la complicada primera ola y tienen elevados porcentajes de vacunación. En Alemania hay menos del 70 por ciento; en algunas regiones poco más del 60 por ciento.

Sin proteger a niños y a seres queridos

Mientras en Israel se vacuna con empeño en las escuelas, Alemania está irremediablemente rezagada. Ni siquiera el 50 por ciento de los mayores de doce años ha sido inmunizado, aunque podría haberlo estado desde hace mucho tiempo. En muchos lugares, las tasas de incidencia entre niños y adolescentes son más del doble que en otros grupos de edad.

Pero incluso los representantes oficiales de los pediatras simplemente no quieren admitir que una aula con 30 estudiantes se covierte en el evento perfecto de propagación extrema del virus, incluso si solo uno de ellos está infectado de forma asintomática. Los contagios tienden a ocurrir en las familias, dice Jörg Dötsch, de la Sociedad Alemana de Medicina Infantil y Adolescente, porque se realizan tests. Pero la verdad es que los tests suelen fallar, incluso en adultos, por cierto. Y entonces uno se pregunta con incredulidad: ¿quién está transmitiendo el virus a las familias? ¡No son los padres ni los abuelos vacunados!

¡Sálvese quien pueda!

¡Ya es hora de replantearnos la situación, también los vacunados! ¿Vale la pena correr el riesgo de visitar el mercado navideño?

La vacunación está ganando de nuevo velocidad, porque hay cada vez más personas que tienen la suerte de recibir una vacuna de refuerzo. Al mismo tiempo, el número de personas no vacunadas apenas disminuye.

Por lo tanto, lo importante ahora es la prudencia, incluso para los vacunados. Si no queremos llorar por otras 100.000 víctimas, tenemos que dar un paso atrás. Porque si no podemos convencer a los antivacunas acérrimos, entonces deberíamos protegernos lo mejor que podamos.

(rmr/ms)