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El cambio de mi vida

3 de octubre de 2005

Maja Dimitroff es de Berlín del Este. En este testimonio para DW-WORLD relata sus recuerdos de la desparecida República Democrática Alemana y los cambios que ha vivido.

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Maja Dimitroff recuerda con nostalgia.

Tenía siete años cuando se cayó el muro. Al principio no entendí la euforia de la gente. "Se cayó el muro, se cayó el muro”, decían todos. “Y qué?” pensaba yo. A mí me daba igual. Yo siempre me sentía muy bien en la República Democrática Alemana.

Recuerdo que siempre había de todo: revistas para niños y jóvenes, un montón de dulces y juguetes, billetes para el metro por 10 céntimos, los Kindergarten, en los cuales se podía jugar y pintar todo el día. Además se hacía mucho para los niños: eventos beneficios en los colegios para niños pobres de Nicaragua o África, acciones de juntar papel viejo, dirigidos especialmente a los niños. Al mediodía, por supuesto, la comida gratuita en todas las instituciones de enseñanza y los tetra paks de leche con sabor de chocolate, vainilla o sabor tropical en la primera pausa de las clases. Hasta nuestros perros siempre estaban bien. La carne era tan barata que la podíamos comprar fresca en la carnicería.

Bueno, yo soy de Berlín del Este. Obviamente que había una diferencia con respecto al resto de la República: Berlín como capital era un verdadero paraíso. Pero la gran diferencia es que como niño percibes el mundo con otros ojos.

Berlin Mauer Jahrestag
El 10 de noviembre de 1989 el muro deja pasar a la gente.Imagen: AP

Después de la reunificación, lo más importante para mí no fue la posibilidad de poder viajar a España o América Latina o sentirme libre.

A mi me importaba poder ir al zoológico, al museo prehistórico o al cine todos los fines de semana, porque la entrada, sobre todo para familias con más de dos hijos, era muy barata. Hoy en cambio, la mayoría puede pasear por el zoológico. Hoy, es más un evento. Además me gustaba mucho que mis padres no tenían que preocuparse por el trabajo o el alquiler u otras cosas financieras, porque el Estado lo resolvía todo. Y los otros países vecinos eran muy lindos, habían lagos y montañas. Los recomiendo hasta el día de hoy: siempre hay lugares bonitos, no sólo en el mundo occidental.

Obviamente que no todo me gustaba.

En la escuela fueron los desfiles y reuniones de los pioneros, las juventudes comunistas. Hasta el día de hoy no les encuentro ningún sentido. En la vida cotidiana la leche envuelta solamente en un folio no resistía una caída,, y eso pasaba a menudo, en seguida el piso del supermercado quedaba sucio …¡qué vergüenza! Y si llegabas unos minutos tarde a la clase, ya no sólo era una vergüenza, sino una catástrofe total.

El reglamento de “cómo tiene que estar todo” era omnipresente. Siempre había que prestar atención y no hablar del programa de tele de ayer. Aunque los captábamos, los programas occidentales por supuesto estaban prohibidos.

Palast der Republik Berlin
El emblemático "Palast der Republik" va a desaparecer.Imagen: Bilderbox

Y por supuesto, a medida que crecía tenía cada vez más ganas de escuchar a bandas americanas. Eso estaba, por supuesto, oficialmente prohibido. Para los jóvenes, ¡Estados Unidos América era como Marte! Qué suerte si uno tenía parientes en el lado occidental que mandaban de vez en cuando la famosa revista musical “BRAVO”, ropa con motivos de Mickey Mouse, o tiras cómicas. Pero aunque había muchas prohibiciones, la gente lo hacía igual. La condición era no hablar del tema.

Y el 9 de noviembre de 1989 pasó lo increíble: se cayó el muro. La noticia pasó por la tele, fue de tarde. Ni la policía en la calle se enteraron tan rápido. Hoy me pregunto dónde estaba yo aquel día. No me acuerdo de nada. Parece que no dejó huellas profundas en mi vida. Sólo me acuerdo de haber recibido 100 marcos occidentales al cruzar por primera vez “la línea”. Era otra atmósfera. Aunque quizás sólo por el hecho, que todo el mundo lo deseaba.

Todo ha cambiado, y mucho. Mi barrio de antes no tiene nada que ver con el barrio de hoy. Antes todo estaba venido debajo y descuidado. Hoy es un barrio de moda. A veces hasta me pregunto sino me equivoqué del camino. Sabemos todos que la imagen de la ciudad ha cambiado un montón, pero no sólo construyeron nuevos edificios, sino también sacaron todo lo que tenía que ver con la otra Alemania.

Cambiaron los nombres de las calles. Una llevaba mi apellido, pero como tenía aspecto socialista lo quitaron. También van a quitar el corazón de Berlín del este, el famoso “Palacio de la República” que reflejaba la puesta del Sol en su fachada de vidrio y espejos. Por lo menos sobrevive el síndrome de un fuerte sentimiento de unidad y de ser más honesto en todos los ámbitos de la vida.

Bildgalerie Wahl neue Weltwunder - Kölner Dom
Hoy Maja Dimitroff vive en Colonia, aunque echa de menos a Berlín y su recuerdo del Este.Imagen: AP

Para mis estudios tuve que mudarme a Colonia, al occidente del país. Me gusta mucho aquí, pero se nota la diferencia. Lamentablemente ni se puede discutir con la gente sobre la República Democrática Alemana, porque la encuentran tan negativa que bloquean una charla y te tapan con información que conocen de los libros que “dicen la verdad”.

Pero bueno, yo era muy joven. Se que no me enteré del sistema político. Pero queda la impresión y la experiencia que yo viví. Al menos eso deberían escuchar y creer.