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Krastev:"La UE debe encontrar una nueva identidad política"

Alexander Andreev
20 de noviembre de 2019

El politólogo búlgaro Ivan Krastev dice en su nuevo libro que el oeste de Europa ganó la Guerra Fría, pero se perdió a sí mismo. ¿Qué puede hacer para reencontrarse y superar las tensiones este-oeste? DW lo entrevistó.

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Imagen: picture-alliance/J. Carstensen

Deutsche Welle: Los medios europeos lo consideran "la voz de Europa del este", porque cuestiona las explicaciones habituales sobre las tensiones entre el oriente y el occidente del continente. ¿ A qué se deben esas tensiones? 

Ivan Krastev: Hay tres líneas que dividen Europa. La más grande no discurre entre este y oeste, sino entre las grandes ciudades y las regiones rurales. La diferencia entre Viena y Budapest es mucho más pequeña que entre Viena y algunas zonas rurales de Austria, o entre Budapest y las provincias húngaras. Hay otra brecha, que es de tipo generacional. Pero, para mí, la más interesante es la tercera línea: si uno observa un mapa de la Europa de 1900, se ve una clara escisión entre la entonces étnicamente homogénea zona oeste y la Europa central y del este, heterogénea tanto étnica como culturalmente. Actualmente, sucede justo lo contrario. Después del siglo XX, luego de dos guerras mundiales, del nacionalsocialismo, de los regímenes comunistas y de varias "limpiezas étnicas”, el este de Europa es muy homogéneo y el oeste es multiétnico. 

Un concepto clave en su nuevo libro, titulado La luz que se apaga, es el de "imitación”. Según usted, tras el supuesto "fin de la Historia”, los europeos del este quisieron ser como los del oeste, pero después quedaron decepcionados, porque "el oeste ganó la Guerra Fría, pero se perdió a sí mismo”. ¿Cómo pueden reencontrarse "el oeste” y toda Europa?

Ivan Krastev
El politólogo Ivan Krastev dirige el Centre for Liberal Strategies en Sofía, Bulgaria. Imagen: privat

Sí, a los "imitadores” pronto les quedó forzosamente claro que la vida en el paraíso también tiene su lado oscuro. Al mismo tiempo, el oeste fue perdiendo progresivamente su identidad como democracia liberal, perdió su visión del mundo. Y, en ese sentido, también a sí mismo. Hoy, Europa es el principal perdedor del colapso del orden liberal. Por eso, la UE debe encontrar una nueva identidad política. Emmanuel Macron alude a ella como "Europa soberana”, mientras que Ursula von der Leyen, la nueva presidenta de la Comisión Europea, habla de una "Comisión Europea geopolítica”. Pero, básicamente, se trata de lo mismo: mantener intacta en lo posible la tradicional relación con Estados Unidos (que juega un papel clave en la seguridad europea) y, al mismo tiempo, reconocer la realidad. La realidad es que Europa no debe confiar solo en una potencia protectora que se encuentra al otro lado del Atlántico. La UE trata de encontrar esa identidad geopolítica. Lo hace de una forma muy cautelosa por dos razones. La primera, porque una ruptura abrupta de las relaciones con sus socios podría conducir a una crisis dentro de la UE, porque hay algunos países, por ejemplo Polonia, que todavía siguen considerando a EE. UU. como el único garante de su seguridad. Una confusión en un mundo que se desmorona, y en el que ya no hay alianzas basadas en mantener la seguridad para los europeos. Y en el que no solo China y Rusia, sino también los EE. UU. de Donald Trump cuestionan los valores y la seguridad de Europa.

Si Europa está "confundida”, debe transformarse, ¿no es cierto?

En Europa colisionan dos sensibilidades distintas y, con ellas, dos estrategias diferentes. Por un lado está Alemania, que todo el tiempo trata de llevar a cabo transformaciones de la forma más limitada y cuidadosa posible. Para Alemania, la política de Donald Trump es pasajera, considera que hay que defender el statu quo y no admite que el mundo alrededor ha cambiado, porque eso provocaría pánico y paralizaría la UE. Por el otro lado, está la intuición de Macron de que la UE debe transformarse de inmediato, no solo la política económica, sino también la forma en que se toman decisiones, ya que, en cuatro o cinco años, podría ser demasiado tarde. El problema de Macron, es que, aunque aboga por un cambio valiente, es más bien débil en cuanto a los detalles y la parte concreta. Berlín, por el contrario, asume el papel de un contable que habla con conviccción sobre los riesgos de cada transformación y, al mismo tiempo, admite el que mayor de los riesgos es dejar las cosas como están.

(ms/cp)

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