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Juicio ESMA: 48 condenas y una advertencia

Emilia Rojas Sasse
1 de diciembre de 2017

El histórico proceso contra autores de crímenes de lesa humanidad durante la dictadura argentina marca un hito y desmiente a tribunos de ultraderecha que intentan pulir la imagen de los violadores de derechos humanos.

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Argentinien - Prozessende zu  den verübten Menschenrechtsverletzungen während der argentinischen Diktatur
Imagen: Getty Images/AFP/J. Gonzalez Toledo

El veredicto del Tribunal Oral Federal número 5 fue contundente: 29 condenas a cadena perpetua, 19 penas de cárcel para autores de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar argentina, en el marco de una "guerra sucia” que se libró al amparo de la nefasta "doctrina de la seguridad nacional”. Una doctrina que causó estragos no solo en Argentina, sino en múltiples países de América Latina, donde las Fuerzas Armadas arremetieron contra el "enemigo interno”, sin contemplaciones con los derechos humanos más elementales.

Aún hoy, décadas después del restablecimiento de la democracia, el capítulo de las dictaduras militares latinoamericanas no termina de cerrarse del todo, ni siquiera en Argentina, con el histórico proceso conocido como "Juicio ESMA III”. Aún quedan crímenes por esclarecer y culpables por sancionar. Y, más grave aún: todavía se vislumbran vestigios de ese principio ideológico utilizado para justificar las dictaduras y sus tropelías, en aras de una supuesta defensa nacional.

Lo ejemplifican meridianamente las palabras de Alfredo Astiz en este proceso, que volvió a depararle una condena a cadena perpetua: "Nunca voy a pedir perdón por defender a mi patria”, dijo el  "Ángel de la muerte”. No es el único incorregible;  y no sólo entre los victimarios de entonces hay figuras que justifican el "combate a la subversión” de esos años.

En Chile, el candidato presidencial ultraconservador José Antonio Kast, declarado pinochetista, dijo que "el gobierno militar hizo muchas cosas por los derechos humanos". Cierto es que no pasó a segunda vuelta, pero obtuvo un 7,9 por ciento de los votos en las elecciones del 19 de noviembre. Y en Brasil ocupa el segundo lugar en las encuestas para los comicios del año próximo un coronel de la reserva que no oculta su admiración por la última dictadura de su país: Jair Bolsonaro. Este diputado de extrema derecha incluso ha defendido a Carlos Alberto Brilhante Ustra, un símbolo de la represión del régimen militar, que fue el primer oficial brasileño en ser acusado formalmente en un proceso por torturas durante la dictadura.

Figuras como estas representan, afortunadamente, solo a una minoría. Pero revelan la visión distorsionada de ciertos sectores que aún ven en los tiempos de la dictadura rasgos de estabilidad, desviando la mirada de los criminales atropellos cometidos contra el Estado de Derecho y la vida humana. El "juicio ESMA III” desenmascara una vez más la falacia de que las dictaduras "restablecieron el orden” en peligro y de que los militares actuaron para  "rescatar” democracias amenazadas. Los golpes militares son la antítesis de la democracia. Es una perogrullada, pero quizá valga la pena recordarlo, para que nadie caiga en pleno siglo XXI en la tentación de golpear las puertas de los cuarteles cuando un país naufraga en la crisis, o en la de dar crédito a los nuevos tribunos de extrema derecha que intentan pulir la imagen de violadores de derechos humanos condenados por la historia y por la Justicia, como acaba de ocurrir una vez más en Argentina.