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El canciller frío

Norbert Mappes-Niediek
28 de mayo de 2019

Después de un año y medio, sus hasta hace poco socios de coalición votaron con la oposición una moción de confianza contra el canciller austríaco, Sebastian Kurz. Un drama innecesario, dice Norbert Mappes-Niediek.

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Sebastian Kurz |  Misstrauensvotum in Österreich
Imagen: Reuters/L. Niesner

Tampoco debería haber sido, en realidad, un gran drama la disolución del gobierno austríaco. Las nuevas elecciones ya estaban fijadas para septiembre de todos modos. Lo que en el país se siente y se piensa ha sido confirmado de forma contundente en las elecciones europeas del domingo. El "proyecto negro-azul" del joven canciller federal fue, y todavía es, popular. No hay a la vista otra mayoría alternativa. No hay nada que sugiera que el voto de no confianza del lunes vaya a servir para cambiar las cosas.

Sin embargo, se hizo un gran drama de todo ello. Tanto los socialdemócratas como los "liberales" recién expulsados del gobierno ser expulsados ​​del gobierno estuvieron dudando durante días. ¿Todavía se puede confiar en este canciller? Quien hablaba de confianza no pensaba simplemente a la permanencia en el cargo a la que, con el peculiar uso de tan humano concepto, se refiere la Constitución con ese término. En las últimas declaraciones de los políticos, se hablaba de confianza en un plano completamente personal.

Los socialdemócratas estaban indignados porque el canciller Kurz quería seguir al frente del país recurriendo a las prerrogativas de su cargo sin hacer concesión alguna a la oposición, a pesar de no contar ya con mayoría suficiente. Y los "liberales" no habían entendido cómo había afectado el video de Ibiza, que mostraba a su líder vendiendo codiciosamente contratos estatales y hablando de influir en los medios comprando participaciones accionariales. Así funciona la política, pensaron tanto ellos como sus electores, y encontraron mezquino e insidioso que Kurz los sancionara por algo que, según ellos, todos hacen. Después de 30 años de populismo derechista, el cinismo se trata de vender como honestidad.

Norbert-Mappes-Niediek - t Korrespondent mehrerer deutschsprachiger Zeitungen in Südosteuropa
Norbert Mppes-Niediek, corresponsal en Viena.Imagen: L. Spuma

Con su expresión inmóvil, Sebastian Kurz parecía, durante el debate de la moción de censura, una figura del museo de cera. Las emociones que desata no le afectan a él mismo, que permanece cada vez más frío. Siempre con un tono moderado y excelentes modales, el político de 32 años saca de quicio a sus oponentes. La típicamente austríaca cultura del compromiso le es ajena. Kurz formula a su círculo de confianza sus decisiones en frases cinceladas. El hecho de que rompiera sin pestañear la coalición de gobierno, renunciando a la mayoría parlamentaria que le propiciaba, ha hecho que su público lo adore aún más.

La decisión de sus oponentes le es indiferente. Ahora  que ha sido derrocado, deberá su victoria a su aura de mártir. Si hubiera permanecido en el cargo, habría sido su majestuosa indiscutibilidad lo que, igualmente , le hubiera dado la victoria en las elecciones de septiembre. Los partidos que le han retirado la confianza no son capaces de articular una sola propuesta política.

A los socialdemócratas les movía un interés táctico. Aquellos en la SPÖ que más presionaban para la moción de censura eran en realidad a los que mejor venía la alianza con el derechista Partido de la Libertad (FPÖ). El mismo vicepresidente del partido socialdemócrata, Hans Peter Doskozil, forma una coalición con los ultras en su región que no tiene nada que envidiar en su deriva nacionalista al Gobierno de Viena. Los más escépticos contra la moción de censura eran más bien aquellos que querían marcar las distancias con la derecha, como la todavía inexperimentada líder del partido, Pamela Rendi-Wagner. Sus posibilidades no son particularmente buenas. Los partidos de Austria no se alinean como los alemanes en un eje de izquierda a derecha, sino que, como en una estrella de Mercedes Benz, se dividen el espacio político compartiendo entre sí aristas de igual longitud.

Los "liberales" también seguían su propia estrategia. Ni el destituido ministro del Interior, Herbert Kickl, ni el principal candidato de las elecciones europeas, Harald Vilimsky, eran de todos modos partidarios de la coalición con los cristiano demócratas de Kurz, el 'Partido Popular' ÖVP. Están convencidos de que algún día ganarán las elecciones y alcanzarán la Cancillería. Los miembros de la línea dura temían, y con razón, que no lo conseguirían desde la posición de socio menor en el Gobierno. Otros, como Norbert Hofer, sucesor designado del FPÖ, tras el escándalo de Ibiza que compromete al líder del partido, Heinz-Christian Strache, desearían poder volver a aliarse al ÖVP tras las elecciones de septiembre. Una reedición del gabinete negro-azul no es de ninguna manera improbable. Kurz se niega a excluir esta posibilidad. Las críticas internas en su partido que ha tenido que escuchar a raíz de la deriva derechista del partido se han enfriado después de la victoria electoral del domingo en las elecciones europeas.

Kurz tiene unas orientaciones claras: contra los extranjeros, contra Bruselas, contra la redistribución social. Sus oponentes solo están de acuerdo en que el Canciller disfruta injustamente de la adoración de sus muchos fanáticos. Si con el caso de Ibiza termina saliéndoles el tiro por la culata, la deriva derechista del país no se verá afectada. Como se ha visto en Viena, sexo, mentiras y cintas de vídeo no son catalizadores fiables para un cambio de rumbo político.

(lgc/cp)

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