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La lógica de violencia homicida se propaga en Latinoamérica

Isabella Escobedo
19 de julio de 2022

El nuevo estallido de violencia en Haití es muestra de un problema recurrente en todo el continente. Evaluamos el estado de la seguridad ciudadana y los porqués de la violencia en América Latina y el Caribe.

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Haiti Port-au-Prince | Proteste wegen Benzinknappheit
Imagen: Georges Harry Rouzier/AA/picture alliance

Son titulares que se repiten: la violencia, los asesinatos y las masacres están a la orden del día. Según datos del Banco Mundial, pese a que la población de América Latina y el Caribe representa cerca del 9 por ciento del total del planeta, la región registra más del 30 por ciento de los homicidios mundiales.

El último ejemplo de esta sangrienta realidad es Haití, donde solo la semana pasada 89 personas murieron en enfrentamientos entre pandillas que han paralizado una parte de la capital Puerto Príncipe.

La violencia homicida, una realidad en todo el continente

Pero Haití no es un caso aislado, ni una excepción. La violencia es la realidad con la que convive gran parte de la población en Latinoamérica. Según el Balance Anual de Homicidios de 2021 de la organización Insight Crime, un centro que investiga la seguridad ciudadana en las Américas, en 2021 América Latina y el Caribe han experimentado un aumento de asesinatos en casi todos los países.

Infografik Karte Tötungsrate in Lateinamerika und der Karibik in 2021 ES

Jamaica, con una cifra de casi 50 asesinatos por 100.000 habitantes al año, lidera una vez más la lista de los países más violentos. En Ecuador se duplicaron los asesinatos en 2021, consecuencia también de los motines carcelarios de pandillas, los más graves de su historia. El Salvador, Guatemala y Honduras siguen siendo algunos de los más violentos de la región y si bien los homicidios disminuyeron en México en 2021, el país superó los 30.000 asesinatos por cuarto año consecutivo.

Chile, uno de los países con las tasas de homicidios más bajas, este año está viviendo un incremento significativo de la violencia. El último reporte de la Jefatura Nacional de Delitos Contra las Personas cifra en 413 el número de víctimas de homicidios hasta finales de junio de 2022, un aumento del 29 por ciento comparado con el mismo periodo de tiempo de 2021.

América Latina y el Caribe es la región con más homicidios intencionales del mundo. ¿A qué se debe?

Menos pobreza, más desigualdad

Si bien las causas exactas difieren entre los países, sí se pueden encontrar denominadores comunes. Héctor Hernández Bringas, investigador en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de México, ha realizado diferentes estudios sobre el desarrollo de la violencia en el continente sudamericano. Entre los factores para él cruciales están la pobreza, la desigualdad y la disponibilidad de armas de fuego debida a la operación de bandas criminales. Todo esto, dice Hernández Bringas, es un "terreno fértil en el que las débiles o ausentes respuestas institucionales fomentan el incremento de los niveles de homicidio.” Hernández Bringas resume: "Mientras siga habiendo impunidad, habrá homicidios.”

Cultura de la violencia

En esto coincide Camilo Devia, docente en Relaciones Internacionales de la Universidad Militar de Nueva Granada en Colombia. Devia dice que la debilidad del Estado de Derecho, junto a la convivencia con la violencia durante los conflictos armados y dictaduras del siglo 20, la recurrencia de estos hechos en los medios de comunicación y la política de "mano dura” han causado un acostumbramiento a la violencia, sembrando lo que él denomina una "cultura de la violencia”. Según el investigador, esto no solo conduce a una conformidad con el crimen, sino que, cambia las "lógicas de la violencia”, un fenómeno visible en las situaciones en las que "el culpable no es el delincuente que mata para robar el celular, sino el que iba por la calle hablando por teléfono”, dice Devia.

Esto se ha visto fomentado en algunas regiones por la tolerancia de grupos armados ilegales que imponen con violencia un órden, generando en la población una sensación de seguridad que el Estado no es capaz de dar.

(ers)