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"En Nicaragua quieren que nos acostumbremos a la represión”

Gabriela Selser
11 de octubre de 2019

Lesther Alemán, el estudiante de 21 años que se hizo famoso en mayo de 2018, cuando exigió en público la renuncia a Daniel Ortega, retornó a Managua esta semana, después de un año exiliado. DW habló con él.

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Imagen: DPA/Carlos Herrera

En mayo de 2018, la exaltada intervención del estudiante de periodismo Lesther Alemán en la mesa de diálogo nicaragüense dio la vuelta al mundo. "Esta no es una mesa de diálogo, es una mesa para negociar su salida y lo sabe bien… ¡Ríndase!”, exclamó el joven durante la reunión que se transmitía en directo. Ortega lo observó en silencio flanqueado por su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, y sus principales ministros y asesores. Desde aquel día, Lesther Alemán no pudo regresar a su casa, como le ocurrió a otros dirigentes estudiantiles y a más de 88.000 nicaragüenses que emigraron en el último año, de acuerdo con el más reciente informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Tras permanecer exiliado en Estados Unidos, decidió volver para continuar "desde adentro” su lucha contra el Gobierno. Hasta el momento, no ha podido encontrarse con su familia ni caminar en libertad por la calle.

Deutsche Welle: ¿Cómo vives estas primeras 48 horas de nuevo en el país?

Lesther Alemán: El discurso del Gobierno dice que Nicaragua regresó a la normalidad, pero yo encontré el mismo país secuestrado y militarizado, con actos de hostigamiento, persecución e intimidación a la orden del día. Aquí no hay normalidad, porque tenemos 130 presos políticos y porque las patrullas de la Policía andan por toda la ciudad. A nivel personal, sé que corro un riesgo altísimo, pero he decidido que el miedo no me va a paralizar. No he podido ver a mi familia, porque una parte salió al exilio y porque no es seguro volver a mi casa. Estoy igual que hace un año, viviendo en casas de seguridad, para no llamar la atención.

¿De qué forma piensas hacer trabajos organizativos cuando ni siquiera puedes salir a la calle con tranquilidad?

Yo vivo el día a día. Regresé para vivir en Nicaragua, porque tengo un compromiso y porque amo a mi país. No descarto el peligro porque, con mi regreso, he vuelto a colocarme en el radar de ellos y en sus listas de personas a vigilar y perseguir. En Nicaragua existe una vigilancia permanente y eso es muy grave porque el Gobierno pretende normalizar el clima de represión, que se ha recrudecido. Quieren que nos acostumbremos a eso, que lo aceptemos como algo normal.

¿Hay alguna causa abierta en tu contra? 

Nadie me ha notificado nada al respecto.

El Gobierno lleva adelante una ofensiva diplomática para solicitar apoyo financiero y reactivar la economía, mientras se observa menos interés en el tema de Nicaragua en el exterior. ¿Crees que Ortega les ganó la partida?

De ninguna manera. El discurso de Ortega a nivel internacional queda desfasado frente a los informes que siguen denunciando la represión y la violación sistemática de los derechos humanos. El problema es que también competimos a nivel mundial con otros asuntos que atraen gran interés y por eso el tema de Nicaragua a veces puede verse relegado. Pero ha sido muy importante la creación de una comisión especial de la OEA para dar seguimiento a la crisis, y la promesa que nos han hecho de aumentar sus acciones a través de la aplicación de la Carta Democrática para llegar a una salida negociada.

 Lesther Alemán, Studentenführer aus Nicaragua.
Lesther Alemán volvió a Managua, pero su vida dista mucho de la normalidad. Imagen: Claudia Lucía Tinoco

¿Pero qué éxito podrá tener esa gestión, si el Gobierno le prohibió la entrada  a la comisión y no parece preocupado por lo que la OEA vaya a hacer?

Todo es un proceso. Hace unos meses no se escuchaba tanto el clamor de la comunidad internacional, porque apenas estaban descubriendo cuál era la oposición aquí. Ahora ya lo saben, ya hay una demanda nacional de crear una gran fuerza azul y blanco, que vendrá acompañada de nuevas sanciones para el régimen. Las sanciones son urgentes, para obligar a Ortega a volver a la mesa y negociar reformas electorales. La OEA nos ha dicho que no va a acompañar ninguna reforma unilateral por parte del Gobierno.

¿Es posible llegar a formar una gran coalición como la Unión Nacional Opositora (UNO), que permitió la victoria electoral de Violeta Chamorro y desplazó del poder a Ortega y los sandinistas en 1990?

Yo no viví el contexto previo a 1990, pero muchas personas que sí lo vivieron opinan que hay una situación semejante, porque, aunque no existe una guerra, sí hay un control total del Frente Sandinista en el país. Nosotros luchamos para ver a Nicaragua libre lo más pronto posible, pero eso dependerá de cómo nos organicemos en una unidad real. No pretendemos usar un mismo uniforme, sino construir juntos un proceso y un camino para solucionar la crisis.

A diferencia de cuando me fui, hoy estamos a las puertas de elaborar una propuesta única de reformas electorales y trabajar por la unidad, no sólo entre los azul y blanco sino también con sectores que están escépticos, y llenar ese escepticismo con una propuesta. Las demandas de libertad, justicia y democracia se tienen que materializar con estabilidad y seguridad en el país.

Muchos excarcelados y personas que participaron en las protestas han denunciado amenazas de los activistas sandinistas en sus barrios, con la complacencia de la Policía. ¿La polarización en el país es mayor que cuando empezó la crisis?

Sí, sin duda. Estamos viendo que el discurso de odio del régimen cala y se fortalece entre sus bases, porque, aunque Daniel Ortega no dé expresamente la orden de asesinar a alguien, en sus mensajes les da a entender que están protegidos por una sombrilla de impunidad. Ellos saben que pueden matar porque hay un régimen que los protege. Hemos visto casos recientes, como el asesinato de una familia entera en el sur del país, o el de una norteamericana baleada por un paramilitar, pero eso se les va a revertir. Yo visualizo el desplome del régimen, causado por el rechazo que provoca la militarización de los cascos urbanos, las ejecuciones selectivas en el campo y otras formas de represión.

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