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Crece la inequidad

7 de octubre de 2011

Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el 80 por ciento de la riqueza del planeta está en manos de un cuarto de su población. La brecha entre ricos y pobres no hace sino crecer con el tiempo.

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El PNUD advierte que el abismo entre ricos y pobres crece también en los países industrializados.
“El Estado debería decidirse de una buena vez y cobrarle un impuesto especial a los ricos. Nosotros pagamos impuestos como unos idiotas mientras ellos reciben privilegios y exenciones en todas partes”, protesta una de las entrevistadas en un sondeo realizado en Bonn recientemente, denunciando que la enorme brecha entre ricos y pobres se debe a una repartición injusta de los ingresos económicos de Alemania, el país más próspero de la Unión Europea. Y el resentimiento con el que está cargada su opinión no carece de fundamento.
 
La desigualad derivada de la forma en que se reparten los ingresos nacionales ha crecido notablemente en todo el mundo durante los últimos veinte años. Un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sostiene que los matices de esta situación varían de un Estado a otro y presenta a los países no industrializados como los más afectados por el fenómeno. Sin embargo, Cecile Molinier, directora del capítulo suizo del PNUD en Ginebra, dice que esta estimación no refleja la realidad de manera precisa.
 
Según las estadísticas que ayudan a clasificar a los países en función del grado de desigualdad que los aflige, Estados Unidos ocupa el puesto 171 en el ranking del PNUD. “La desigualdad en la distribución de la riqueza no es tan marcada en países en vías de desarrollo industrial como Burkina Faso, Malawi, Tanzania y Etiopía”, compara Molinier, dejando en el aire la impresión de que, desde esta perspectiva, la noción de “Primer Mundo” ha dejado de ser sostenible, si es que alguna vez lo fue.
 
Estados Unidos, un caso emblemático
 
Obama / Job / Arbeit / Kongress / USA
Las medidas de Obama para estimular el empleo revelan que la desigualdad de ingresos también es un problema en EE.UU.Imagen: dapd
Puede que el creciente abismo entre ricos y pobres salte a la vista en los países no industrializados porque la pobreza es más pronunciada y sus síntomas, flagrantes; en algunas de estas naciones los trabajadores ganan menos del equivalente a 25 euros mensuales. Pero esa brecha se ensancha también en países del llamado Primer Mundo, cuyo alto nivel de desarrollo humano había sido atribuido hasta ahora a una equilibrada distribución de la riqueza y a otros factores que propiciaron una buena calidad de vida en sus sociedades.
 
El de Estados Unidos es un caso emblemático precisamente por el empeño que puso durante décadas en proyectar la imagen de ser una nación en donde todos los ciudadanos tienen las mismas oportunidades de éxito, entendiendo éxito como sinónimo de holgura económica. Por sí solas, las medidas propuestas por el Gobierno del presidente Barack Obama para estimular el empleo revelan lo lejos que un país industrializado puede estar de poder garantizarle bienestar a la mayoría de la población.
 
Antes, un sueldo promedio alcanzaba para satisfacer las necesidades de una familia estadounidense de cuatro personas; eso dejó de ser así hace ya tres décadas. Tanto en los países industrializados como en aquellos en vías de industrialización, son muchos los que ya no pueden subsistir con sus salarios. Los sueldos se han quedado estancados y, cuando aumentan, no lo hacen al ritmo con que aumenta el costo de la vida. Y esta situación se ha visto agravada por la tendencia de los Estados a reducir su influencia en el ámbito social.
 
Las ventajas de una tarifa progresiva de impuestos sobre la renta
 
Deutschland Symbolbild Sozialexperten warnen vor dramatisch steigender Altersarmut
PNUD: una tarifa progresiva de impuestos sobre la renta ha equilibrado el declive de los ingresos en algunos países.Imagen: dapd
“Yo quisiera que hubiera un poco más de justicia, que se invirtiera más dinero en donde se necesita: dinero para los niños, para los verdaderos pobres, para los hospitales… Yo desearía que hubiera más dinero disponible para lo social. Pero lo que veo es lo contrario: uno está obligado a trabajar más. Hoy en día tiene uno que cargar dos empleos sobre los hombros”, dice la alemana entrevistada en Bonn. Pero, ¿puede el Estado realmente contribuir a reducir la pobreza invirtiendo más dinero en salud, educación y programas sociales?
 
A juicio de la representante del PNUD, ese concepto ha demostrado ser eficaz en algunos países. La implantación de una tarifa progresiva de impuestos sobre la renta ha equilibrado el acentuado declive de los ingresos, sencillamente porque quienes ganan menos dinero pagan menos impuestos que quienes tienen más recursos. Programas como el subsidio familiar brasileño Bolza família o el mexicano Oportunidades son otras iniciativas susceptibles de ser adaptadas y practicadas en muchos países, apunta Molinier.
 
“Estas medidas están dirigidas a ciudadanos viviendo en condiciones sociales desventajosas para estimularlos a enviar a sus hijos a la escuela o a hacerse exámenes médicos antes y después del parto”, explica, lamentando que ese tipo de programas sociales sigan constituyendo raras excepciones. Sólo el 60 por ciento de la población mundial tiene acceso a centros sanitarios y la educación de muchos niños queda truncada en los países no industrializados porque éstos dejan de ir a la escuela para trabajar y llevar dinero a casa.
 
Injusticia social a la alemana
 
Kinderarmut in Deutschland Symbolbild
La educación de muchos niños queda truncada en Alemania debido a la pobreza en que viven.Imagen: dpa
Esta forma de injusticia social también se ve en muchos países industrializados. En Alemania, por ejemplo, la probabilidad de que los niños de familias pudientes asistan al Gymnasium –la escuela de educación secundaria que los prepara para la universidad– es tres veces mayor que la de los hijos de la clase trabajadora o inmigrantes. Sólo un 6 por ciento de los estudiantes provenientes de hogares en situación de precariedad socioeconómica y académica entran cada año a las instituciones de educación superior.
 
Hasta los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un grupo apodado por muchos como “el club de los países ricos”, parecen estar de acuerdo con que el acceso a la educación y a servicios sanitarios básicos contribuyen a frenar el crecimiento de la desigualdad de ingresos y a combatir sus efectos. En uno de sus reportes, la OCDE advierte que, si no se propicia el acceso general a estos sectores claves, la brecha entre ricos y pobres seguirá abriéndose cada vez más.
 
Autores: Eric Segueda Wendpanga / Evan Romero-Castillo
Editora: Emilia Rojas Sasse