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Mariano Rajoy, erosionado por los neófitos

Gemma Casadevall, desde Madrid (DZC)20 de diciembre de 2015

Podemos y Ciudadanos lograron cimbrar las bases del poder, y con ello demostraron que el electorado votó esperanzado en ampliar el espectro de representación democrática.

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Imagen: picture-alliance/dpa

Por primera vez desde la reinstauración democrática, España se acostó la noche después de unas elecciones generales sin saber quién será su nuevo presidente. El Partido Popular de Mariano Rajoy, cuatro años después de haber llegado al poder con mayoría absoluta, cayó casi veinte puntos para quedar sobre el 27 por ciento. Y los socialistas del PSOE, liderados por Pedro Sánchez, no reconquistaron el poder perdido, sino que quedaron unos cuatro puntos por debajo.

Ninguna de las dos grandes formaciones que desde 1982 se alternaron el poder -con cinco gobiernos conservadores y seis del PSOE- podrá volver a gobernar en solitario, como hicieron hasta ahora, y encima tampoco podrán apuntalarse en la competencia que les surgió a cada una de ellas por parte de los llamados “emergentes”. Ni la nueva formación de centroderecha, Ciudadanos, sumó suficientes votos para convertirse en el socio natural que el PP precisa ahora para seguir gobernando. Ni el PSOE sumado a Podemos alcanzó una mayoría parlamentaria. Se abre para el ciudadano español el juego de las coaliciones posibles. ¿Será una gran coalición al estilo de la que lidera Angela Merkel en Alemania? ¿O un conglomerado de formaciones minoritarias en apoyo de una alianza izquierdista?


El fantasma de la ingobernabilidad planeaba sobre las elecciones generales, marcadas por el protagonismo adoptado por dos formaciones neófitas y, hasta ahora, extraparlamentarias. A Rajoy, con 60 años y por cuarta vez liderando al PP en unas generales, le correspondió medirse con tres rivales jóvenes y sin experiencia de gobierno: el socialista Pedro Sánchez (43 años); el líder de Podemos, Pablo Iglesias (37); y el de Ciudadanos, Albert Rivera (36).

¿Una mujer al poder?

La experiencia no le sirvió ante el ímpetu de las dos formaciones emergentes, en las antípodas una de la otra, ambas con capacidad para erosionar al poder establecido. Fue una noche muy distinta a la vivida el 21 de noviembre de 2011. Entonces, un electorado apaleado por la crisis entregó la mayoría absoluta a un aspirante del PP que, se sabía, iba a aplicar aún más recortes en el tejido social español. La lectura positiva ahora es que hubo un voto esperanzado por parte de quienes apostaron por la regeneración democrática, a la izquierda o a la derecha. Al fin y al cabo, el principal elemento erosionador sobre el PP de Rajoy no es la crisis aún persistente o las altas cifras de desempleo, sino los escándalos de corrupción que azotan principalmente al partido en el poder.

Más allá de las interpretaciones en clave doméstica, que España se acueste en la incertidumbre de quién será el próximo presidente es un nuevo factor de riesgo en la eurozona. Más de uno entre sus poderosos socios apostaría por una gran coalición. Incluso si, a cambio de la estabilidad proporcionada por un pacto entre los partidos establecidos, Rajoy cede su mando a otro rostro -tal vez femenino- de su partido. Cualquier cosa antes que una alianza izquierdista, apuntalada en Podemos, al que se ve como el equivalente del imprevisible Syriza griego.