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Miguel Díaz-Canel: rostro nuevo, viejo discurso

20 de abril de 2018

Titubear, intentar complacer a Castro mostrándose como un continuista, solo logrará que se agote el poco capital político con el que Díaz-Canel comenzó su presidencia, opina en su columna Yoani Sánchez, desde la Habana.

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Kuba Regierungswechsel Rede neuer Präsident Miguel Diaz-Canel
Imagen: picture-alliance/Xinhua News Agency/J. Hernandez

Con el puño en alto, Miguel Díaz-Canel concluyó este jueves su primer discurso como presidente de Cuba. El ingeniero de 57 años, nuevo rostro del poder en la Isla, se dirigió a los parlamentarios y enfatizó en que continuará el camino trazado por la llamada generación histórica, un grupo de octogenarios que lo miró atentamente mientras pronunciaba cada palabra.

El primer hombre sin el apellido Castro que lidera el país en las últimas seis décadas resulta una incógnita difícil de desentrañar, al menos mientras tenga sobre sí la estricta mirada de Raúl Castro, quien se queda al frente del Partido Comunista de Cuba (PCC). Desde ese puesto, el General podrá controlar fácilmente a su sucesor, porque la Constitución establece que es el PCC el que lleva las riendas de la nación.

Para los más escépticos del traspaso de mando, Díaz-Canel es solo una marioneta que ejecutará los movimientos dictados por otros, una simple operación de lavado de cara hacia la comunidad internacional y un dócil discípulo de quienes realmente controlan el país: los militares y los clanes familiares de aquellos que una vez bajaron de la Sierra Maestra.

Sin embargo, debajo de esa piel de dócil seguidor otros especulan que se esconde un reformista o al menos alguien con más posibilidades de emprender los cambios urgentes que necesita el país. Sin sangre en las manos, ni la culpa histórica de haber fusilado opositores o confiscado masivamente propiedades, el nuevo presidente tiene la página en blanco para comenzar a escribir sobre ella.

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A su favor juega la biología, ese inalterable paso de las manecillas del reloj que apunta a que en el próximo lustro concluye la vida de los jerarcas de verde olivo. Solo entonces, sin la supervisión estricta de los celosos guardianes de la ortodoxia revolucionaria podría "destaparse” el verdadero Díaz-Canel, quedar al descubierto la real naturaleza de este hombre que escaló vertiginosamente a través de la estructura partidista gracias a su falta de carisma y a su absoluta obediencia.

El problema es que mientras la comunidad internacional y la población cubana le otorga al presidente el beneficio de la duda sobre sus auténticas intenciones, la vida de 11 millones de personas sigue su curso. En el tiempo en que se decida a salir del armario político y mostrar atisbos de ser un reformista, miles de jóvenes seguirán escapando del país en busca de otros horizontes, innumerables familias tendrán que sumergirse en el mercado negro para poder sobrevivir y la disidencia se mantendrá rodeada por la represión.

Díaz-Canel quizás se tome su tiempo para sacudirse los hilos que lo mantienen atado a una ideología que ha demostrado su ineficacia para solucionar las dificultades cotidianas que deben enfrentar los cubanos, pero el país no puede esperar por esa metamorfosis. El tiempo es ahora, demorar la toma de decisiones solo empeorará el panorama. Titubear, simular, intentar complacer a Castro mostrándose como un continuista, solo logrará que se agote el poco capital político con el que comenzó su presidencia.