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“No sé qué habría sido de nosotros”

12 de febrero de 2013

Juegos de guerra, bombillas azules y prendas de lana para una posible fuga: el fotógrafo judío Izzet Keribar recuerda su infancia en Estambul durante la época del nacionalsocialismo.

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Imagen: Izzet Keribar

Mi apellido, Keribar, es turco y significa “ámbar”. Una parte de la familia se apellida Levy, que es típico judío. El nombre de familia Keribar lo adoptamos en 1936. En realidad, yo debía llamarme Yves Levy, que pasó a ser Izzet Keribar. Me contaron que mi bisabuelo era comerciante de ámbar. Esta es la razón por la que adoptamos este apellido.

Mi padre nació en Haidarpaşa (un barrio del lado asiático del Bósforo) en el seno de una familia acomodada que llegó a tener ocho hijos, cuatro varones y cuatro mujeres. Mi madre era de Alejandrópolis, que entonces se llamaba Dedeağaç y pertenecía a Turquía. Mi padre nació en 1900 y mi madre en 1907. Se conocieron en Estambul. Yo nací en una zona bastante buena. Mi padre había heredado el apartamento de su padre. Los dos eran comerciantes de porcelana, vidrio y accesorios para la mesa y la cocina. Eran muy buenos comerciantes, quizá los mejores de Estambul en aquella época.

Izzet Keribar
Izzet Keribar con 10 años en su habitación en Estambul. Desde su ventana podía ver el consulado alemán.Imagen: Izzet Keribar

De repente, todo cambió. Vinieron tiempos difíciles. Estalló la guerra y se implantó el Varlık Vergisi, un drástico impuesto especial que afectó sobre todo a los no musulmanes que vivían en Turquía entre 1942 y 1944. Cuando se fundó Israel, aquí había 80.000 judíos y más de la mitad de ellos decidieron emigrar al nuevo estado. Mi padre tenía una actitud diferente y prefirió que nos quedáramos en Turquía. Él no era idealista, no era religioso. De hecho, nosotros no recibimos ninguna educación religiosa. Los negocios eran los negocios y, diez años después de la aprobación del Varlık Vergisi, que nos mantuvo contra las cuerdas durante mucho tiempo, la empresa de mi padre volvió a ir muy bien. Aparte de que dejamos de ir de vacaciones a las islas en verano, en realidad no tuvimos nunca la sensación de haberlo perdido todo.

“Admiración por el ejército alemán”

Naturalmente, los nazis no eran de nuestro agrado. A nadie le gustaba Hitler. No obstante, no fue hasta después de la guerra cuando nos enteramos de lo que había pasado en los campos de concentración, de las atrocidades de la guerra. Puede sonar un poco extraño, pero mi padre sentía admiración por el ejército alemán. Para él, eran los mejores soldados del mundo. Cuando tenía dieciséis o diecisiete años, su padre lo mandó a Austria y pasó dos años en Viena, donde recibió, por así decirlo, una clásica educación germana. Hablaba perfectamente alemán. Primero había estudiado la lengua aquí en la escuela y después había sido enviado a Viena. Todo aquello tuvo que condicionarlo forzosamente.

Izzet Keribar
Emma, la madre de Izzet Keribar, en los años treinta.Imagen: Izzet Keribar

Mi madre era totalmente lo contrario. A ella no le gustaban para nada los alemanes. Debido al conflicto, recuerdo que de niño jugábamos a la guerra. Formábamos dos bandos, alemanes contra ingleses, y combatíamos unos contra otros. Los alemanes eran los malos, aunque a veces también ganaban. Me acuerdo perfectamente de una niña rubia a la que una vez golpeé jugando con algo grande en la cabeza. Pasado el tiempo, ella no había olvidado la anécdota y me preguntó si yo me acordaba de aquello. La chica estaba en el bando de los alemanes, puesto que era rubia, claro.

La bandera con la esvástica en la tormenta

Un día de marzo de 1944 hacía un viento terrible. Era domingo. En la embajada alemana, dos soldados trataban de arriar la bandera con la esvástica debido al fuerte viento. Tiraron con tanta fuerza que la bandera, de repente, se hizo pedazos y salió volando. Mi madre dijo: “¿Ves? Es el final de Alemania. Eso es una señal de que Alemania va a perder la guerra“. Al contar ahora esta historia, veo la escena como en una película. Me acuerdo bien de la bandera y del edificio, que era entonces de color amarillo mostaza.

Izzet Keribar
Los padres de Izzet Keribar en la casa familiar de Estambul (en torno a 1953).Imagen: Izzet Keribar

Realmente, nosotros nunca nos sentimos víctimas del antisemitismo. Solo recuerdo aquel severo impuesto del año 1942. Y bueno, mi padre fue llamado a filas dos veces y destinado a una región donde solo enviaban a soldados pertenecientes a minorías. En todo caso, a excepción de aquel impuesto, yo personalmente no puedo decir que haya sufrido antisemitismo. Tampoco en la escuela. Mis compañeros y maestros nunca me trataron como si fuera alguien diferente.

Luces azules

Puesto que nosotros no éramos una familia especialmente religiosa, yo era igual que los demás. Jugaba con los otros niños y nadie decía nada. Sin embargo, mi hermano se casó más tarde con una chica de la comunidad judía que sí que tuvo algunas dificultades. Ella iba a la escuela italiana. En 1942 ó 1943, nos contó que, de repente, ya no le permitían ir más al centro. La habían expulsado conforme a un decreto del gobierno de Mussolini que prohibía asistir a la escuela a los alumnos que no eran italianos o eran judíos. A raíz de aquello, se inscribió en la escuela superior americana, donde ya no tuvo problemas. Me imagino que ocurrió algo parecido en la escuela alemana. No obstante, yo personalmente nunca tuve que pasar por algo así. Por otro lado, también es verdad que, cuando eres joven, no siempre te das cuenta de todo lo que sucede.

Izzet Keribar
Izzet Keribar en el antiguo barrio judío, cerca de la Torre de Gálata.Imagen: DW

Yo tenía seis, siete o quizá ocho años, pero recuerdo muy bien la oscuridad. Las ventanas de nuestra casa estaban cubiertas con cartones negros y, al atardecer, había que apagar todas las luces sin excepción. Desde fuera no podía verse ninguna luz a través de las ventanas. Teníamos cortinas negras. Cuando salías fuera, no se veía absolutamente nada, ya que no había luz en la calle. Teníamos bombillas azules porque, supuestamente, no podían verse desde los aviones.

Pan y miedo

Recuerdo que mi madre, como muchas otras madres, tenía preparaba ropa de abrigo por si teníamos que abandonar la casa rápidamente en caso de una invasión de los alemanes. Si hubiesen llegado desde el norte, habríamos huido probablemente a Anatolia. Y puesto que en Anatolia hace mucho frío en invierno, mi madre nos había preparado prendas de lana (bastante raposas, por cierto). También teníamos calcetines militares. En casa habíamos acumulado además algunas provisiones como salami o jamón, por si no encontrábamos nada en el mercado negro. Y es que, aunque no teníamos guerra en Turquía, se había desarrollado naturalmente un mercado negro. La situación no era tan mala como en aquellos lugares en los que realmente había guerra, pero todo estaba racionado. Había pan, arroz y azúcar. Teníamos unos vales que entregábamos cada día para que nos diesen pan. Así funcionaba la cosa.

Fotograf Izzet Keribar als junges Kind
Izzet Keribar a la edad de siete años con una amiga en 1943.Imagen: privat

Nadie sabía si los alemanes invadirían Turquía o no. En aquel entonces estaban en Grecia, Yugoslavia, Bulgaria y Rumania. ¿Qué podía uno pensar? Mi padre siempre decía, ya veréis, ahora van a avanzar hacia Rusia. Si Stalingrado no hubiera estado ahí, quizá habrían irrumpido en el Cáucaso. Y seguramente habrían ocupado el territorio desde Turquía. Solo Dios sabe lo que habría pasado si hubieran llegado hasta aquí. Probablemente, el gobierno turco les habría entregado una lista con todos los miembros de la comunidad judía. No sé qué habría sido de nosotros, aquí o en las cámaras de gas de Auschwitz.

Izzet Keribar vive y trabaja como fotógrafo en Estambul.

Autora: Aya Bach
Editora: Claudia Herrera