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Opinión: El pacto UE-Mercosur aún no ha muerto

19 de septiembre de 2019

A los opositores del libre comercio entre los países comunitarios y mercosureños les entusiasma ver la resistencia que Austria le ofrece al tratado interregional. Pero Viena no tiene la última palabra, dice Bernd Riegert

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Argentinien Hafen von Buenos Aires
La aprobación unánime es obligatoria para que el tratado de libre comercio entre en vigencia.Imagen: picture-alliance/dpa/A. Perez Moreno

El presidente de la formación populista de derecha Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) se dio por vencedor tras una votación realizada en una subcomisión del Parlamento austríaco: el pacto entre la Unión Europea y los cuatro países sudamericanos del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) murió, creyó a final de la jornada. Pero tanto él como los otros opositores del libre comercio en Austria y el resto del bloque comunitario celebraron demasiado pronto. Aunque la votación en cuestión es vinculante para el actual Ejecutivo, que es un Gobierno de transición, no se sabe lo que pasará después de las elecciones parlamentarias –pautadas para dentro de diez días– y de la conformación del nuevo Gobierno.

Deutsche Welle Bernd Riegert
Bernd Riegert, comentarista de DW.

Austria puede influir sobre las negociaciones finales entre la Unión Europea y el MERCOSUR con su amenaza de veto. Y es que todavía no ha sido redactado el texto que encarnará el convenio de libre comercio. Se presume que el documento estará listo a finales de octubre, veinte años después de que comenzaran las primeras conversaciones entre ambos bloques. Sólo cuando el texto esté sobre la mesa se podrá proceder con la votación en el Consejo de la Unión Europea, donde los Estados miembros están representados por sus respectivos ministros de Economía y Comercio. En este instante, todo apunta a que los países comunitarios deben aprobar el proyecto unánimemente para que entre en vigor. Una decisión por mayoría sólo sería posible si la Comisión Europea anunciara que el tratado es competencia exclusiva de la Unión Europea y no de sus socios. Pero ese es un escenario inimaginable porque este convenio comercial es demasiado abarcador y forma parte de un pacto de asociación con Sudamérica más amplio todavía.

No pactar tampoco es bueno para las selvas

Eso significa que la unanimidad es obligatoria para que el tratado de libre comercio entre en vigencia. De ahí que no sea solamente Austria la que juega al póker con su poder de veto. Por razones distintas, Francia, Irlanda y Luxemburgo también han amenazado con rechazar el pacto con Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. De golpe, esos países europeos alegan no poder sellar el trato con el presidente de Brasil, el nacionalista de derecha Jair Bolsonaro, debido a su renuencia a proteger las selvas de su país. Este argumento tiene pies de barro porque el convenio con el MERCOSUR pone el cumplimiento de estándares ambientales y la protección activa de las selvas como condición para el disfrute de ventajas comerciales. Si no se firma el pacto de libre comercio, el presidente Bolsonaro no tendría un motivo de peso para cambiar sus políticas de cara a la Amazonia. Y la Unión Europea no tendría ninguna herramienta para ejercer presión sbre Brasilia.

Es muy probable que lo que en realidad preocupa a Francia, Irlanda y Austria sea el descontento de sus granjeros. Éstos protestan a voz en cuello, alegando que la carne de res proveniente de Sudamérica va a terminar saturando a la Unión Europea y dejando fuera de juego a los productores agropecuarios locales. Puede que esa crítica sea fundada, pero es también exagerada: la cuota de la carne de res sudamericana en el mercado comunitario llega apenas al uno o al dos por ciento y, de aprobarse el tratado de libre comercio interregional, ésta no subirá drásticamente. Los granjeros europeos sufren a causa de su propia sobreproducción: en la Unión Europea se produce un 102 por ciento de lo que se necesita en lo que concierne a la carne de res. La Unión Europea es una exportadora de carne de res.

Por otro lado, los fabricantes de automóviles y maquinaria, los proveedores de servicios y otros sectores de la economía se beneficiarían con la reducción de los obstáculos para el comercio transatlántico. Hoy mismo, Sudamérica es el segundo mercado receptor de este tipo de productos y servicios.

Es necesario un debate profundo sobre el comercio mundial

El debate en torno al sentido del nuevo pacto comercial conducirá nuevamente a una discusión fundamental sobre el libre comercio. Por supuesto que ese tipo de tratados producen siempre ganadores y perdedores. Pero lo que se debe evaluar es si las ventajas para las economías nacionales pesan más en total. También se puede someter a debate si el comercio entre continentes distantes tiene algún sentido en tiempos marcados por el calentamiento global y los cambios climáticos, o si sería preferible aspirar a la creación de sistemas de abastecimiento autónomos, menos dependientes de transporte y consumo energético, pero con mercancía más cara y menos variada en los mercados.

Lo más seguro es que estas cuestiones vuelvan a ser discutidas cuando el tratado con el MERCOSUR realmente esté a punto de ser ratificado por los Estados comunitarios. De aquí a que los Parlamentos del Club de los Veintisiete se hayan pronunciado al respecto pasarán dos años. Pero es bueno recordar que también los convenios de libre comercio con Canadá (el CETA), con Japón (el JEFTA) y con otros Estados lograron superar procesos similares marcados por errores y obstáculos. No hay razón para que el pacto con Sudamérica no prospere.

La firma del tratado de libre comercio e inversiones con Estados Unidos (TTIP) no ha sido posible hasta ahora porque el aislacionista presidente Donald Trump puso fin a las negociaciones. Pero la Unión Europea no ha perdido de vista la meta. Un convenio exitoso con Sudamérica le enviaría una señal política muy importante a Estados Unidos y al resto del mundo; el mensaje sería que la cooperación internacional y el comercio funcionan y pueden derivar en bienestar para todos los involucrados, por mucho que Trump y China se empeñen en demostrar lo contrario con su actual guerra de aranceles.

(erc/jov)

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