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Opinión: La hora de la verdad

Ines Pohl (PK/ CP)19 de abril de 2016

Los neoyorquinos deciden hoy a quiénes propondrán para la lucha por la presidencia del país. Los elegidos deben ganar por amplio margen. De lo contrario, serán cuasi derrotas, opina Ines Pohl desde Nueva York.

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USA Vorwahlen Kaffeetassen von Hillary Clinton und Donald Trump
Imagen: picture-alliance/dpa/AP Photo/C. Kaster

Podría decirse que una victoria es una victoria es una victoria. También que, en elecciones, pierde quien recibe menos votos. En el estado de Nueva York, en el que republicanos y demócratas votan el martes para elegir los respectivos candidatos a la lucha por la presidencia de Estados Unidos, eso es diferente. Como tantas otras cosas en esta lucha electoral en la que antiguas certidumbres ya dejaron de serlo.

Para ambos candidatos republicanos actualmente vale: una victoria por escaso margen no es mucho mejor que una derrota por escaso margen. Donald Trump tiene una posibilidad realista de ser nominado candidato presidencial en el congreso del Partido Republicano si llega por lo menos a 1.237 delegados. Y para eso en Nueva York debe derrotar claramente a Ted Cruz. De lo contrario, la cosa se le pone difícil.

Última salida: renunciar a la candidatura

En el caso de Hillary Clinton, esto es diferente. Gracias al apoyo de los superdelegados, su ventaja es holgada. Matemáticamente, Bernie Sanders no puede transformarse en un peligro. Para Clinton, numéricamente da lo mismo ganar o perder por escaso margen. Ninguno de los dos resultados cambiaría nada.

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Ines Pohl

No obstante, estas elecciones son algo especial para la exministra de Relaciones Exteriores desde el punto de vista psicológico: si en Nueva York gana por escaso margen, sería casi igual a que si perdiera. Y debería preguntarse seriamente cómo logrará la victoria en noviembre si no es capaz de vencer en el estado por el que fue senadora durante ocho años.

Si pierde, el resultado puede empujar a los demócratas a una crisis existencial similar a la que sufren ya los republicanos. ¿Qué sucede si Bernie Sanders no tira la toalla y sigue juntando delegados? ¿Y al final Clinton tiene una mayoría en el congreso del Partido solo debido a los superdelegados? Si Hillary Clinton pierde en Nueva York, solo queda una posibilidad para impedir un desastre demócrata: que la propia Clinton retire su candidatura.

¿Qué hacer con Trump?

En el Partido Republicano se debate sobre un dilema surgido por otros motivos, pero en el fondo similar: ¿qué hacer con Donald Trump si este conquista la mayoría de los delegados, pero no logra la mayoría absoluta?

Los éxitos de los “outsiders” Trump y Sanders demuestran a qué puede llegarse en una sociedad que pierde la confianza y tiene la impresión de que sus exigencias no son escuchadas por “los de arriba”.

Llega entonces la hora de los populistas, que con promesas y soluciones aparentemente sencillas fascinan a muchos votantes. Romper un tabú puede transformarse entonces en un fin en sí mismo, y todo parece estar permitido, ya que es proclamado como un golpe legítimo contra el odiado “establishment”.

En Estados Unidos, ese proceso tiene mucho que ver con las estructuras de los partidos y el proceso político. También desempeña un papel que políticos como Hillary Clinton y Jeb Bush representen una percepción casi dinástica de la democracia. Eso es peligroso. Porque procesos democráticos sanos viven de la posibilidad de poder realmente decidir… y no de la falta de opciones.