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Opinión: Moscú no quiere soltar a Ucrania

Bernd Johann24 de agosto de 2016

Hace 25 años, Ucrania declaró su independencia. Entonces, la Unión Soviética no tenía futuro. Sin embargo, Moscú no quiere soltar a Kiev, opina Bernd Johann.

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Imagen: picture-alliance/dpa

Durante varios días, el mundo contuvo la respiración ante lo que sucedía en Moscú en agosto de 1991. Tanques ingresaron a la capital rusa: un grupo golpista quería derrocar al presidente reformista Mijail Gorbachov y tomar el poder. Fracasaron, y con ellos cayó la Unión Soviética, un país construido a la fuerza aunando un imperio multiétnico desde Lviv, en Ucrania, hasta Vladivostok, en el Lejano Oriente.

La Unión Soviética se convirtió en un proyecto insalvable tras el intento de golpe. El pensamiento imperial y sus respectivos instrumentos de hegemonía desaparecieron del mapa moscovita. Pero todo eso cambió rápidamente y los países surgidos de las cenizas de la URSS podrían hablar mucho al respecto. Ucrania, por ejemplo. Crimea, en el sur, fue anexada por Rusia y el Donbás está ocupado por separatistas que cuentan con el apoyo ruso. A 25 años de la independencia, Ucrania nuevamente lucha con Moscú.

Bernd Johann.
Bernd Johann.

Legado imperial

Por estos días, los recuerdos del golpe fallido trajeron sentimientos encontrados. Pocas personas llegaron a las manifestaciones que parecían recordar días demasiado dramáticos. El fin de la Unión Soviética es para muchos rusos todavía un suceso trágico, porque desde entonces su país ya no es más un imperio que puede presumir del control de otros estados en nombre de una ideología.

El recuerdo del golpe es un asunto molesto también para las autoridades de Moscú, aunque por otras razones. En el verano de 1991 miles de rusos se enfrentaron con valor y espíritu democrático a los oficiales del servicio secreto y los militares que, entonces como hoy, llevaban las riendas de Rusia. Y nada atemoriza más a esos dirigentes que a los movimientos democráticos, como ya saben en Ucrania.

Separación de Moscú

El fallido golpe llevó libertad a las repúblicas soviéticas. Casi de inmediato, el 24 de agosto de 1991, el Parlamento de Kiev declaró la independencia de Ucrania. Bielorrusia y otros países dieron el mismo paso poco después. Los estados bálticos, especialmente Lituania, y también Georgia, ya se habían adelantado a los hechos apurando sus independencias meses antes.

Formalmente, la separación de Kiev de Moscú fue algo rápido. Más tiempo tomó a Ucrania decidirse entre la política rusa o la occidental. Solo tras la permanente intervención política y económica rusa, pero muy especialmente tras la intervención militar del Kremlin en 2014, finalmente Ucrania se decidió a alejar sus pasos de Moscú.

Mientras en Bielorrusia rige una suerte de estancamiento político bajo el mandato del presidente Alexander Lukashenko, en Ucrania durante los últimos años se desarrolló con fuerza una sociedad civil opinante. Esto impulsó al presidente Petro Poroshenko a liderar reformas y propiciar un acercamiento con Europa. Muchos avances se han conseguido desde entonces. Sin embargo, la corrupción sigue estando presente, los oligarcas han ganado poder, las reformas en justicia avanzan con lentitud y el sistema electoral es un problema.

Sin soluciones a la vista

La mayor dificultad es, sin embargo, el conflicto con Rusia, pues a largo plazo puede desestabilizar a Ucrania e incluso poner en riesgo su propia existencia. No hay a la vista, por ahora, soluciones políticas ni para Crimea ni para el Donbás. Ni Moscú ni Kiev han hecho los esfuerzos necesarios para poner en práctica los acuerdos de paz de Minsk. Rusia tiene, en esto, el sartén por el mango. Por lo mismo, Ucrania necesita más apoyo internacional.

Nadie cree que Rusia tenga la intención, en el futuro cercano, de retirar sus tropas de Ucrania. No quiere dejar ir a Kiev. La idea del gran imperio sigue estando presente en las mentes de los políticos del Kremlin.