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Susurradores de almas en Düsseldorf

Karin Jäger / MS29 de septiembre de 2013

El Centro Psicosocial de Düsseldorf ayuda a refugiados con experiencias traumáticas a superar sus vivencias negativas y transformarlas en energía positiva para su vida. Es el caso del congoleño Jean Mamadou Mpolondo.

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Jean Mpolondo Mamadou llegó a Alemania procedente de la República Democrática del Congo.
Jean Mpolondo Mamadou llegó a Alemania procedente de la República Democrática del Congo.Imagen: DW/K. Jäger

Jean Mamadou Mpolondo es un hombre alto, de espaldas anchas y fuertes brazos. Pero esta impresión engaña. Este hombre, de 49 años, se encuentra psicológicamente roto. Sus ojos son inexpresivos. Por vergüenza, le resulta difícil mirar a otras personas. Habla tres idiomas con fluidez, pero, durante mucho tiempo, no pudo contar lo que le sucedió. Jean Mamadou Mpolondo era comisario de policía en su país natal, la República Democrática del Congo, y entrenador nacional de boxeo. Tenía esposa y cuatro hijos.

"Por las noches me trataban como si fuera una mujer"

Un día fue detenido en la calle y enviado a prisión. A día de hoy, aún no tiene claro el motivo. Allí vivió lo peor que podía sucederle: "Por las noches, otros presos me trataban como si fuera una mujer", explica. La palabra "violación" no sale de sus labios. Este hombre fuerte, acostumbrado a luchar por el bienestar de los demás, no pudo defenderse a sí mismo.

Un día huyó. Eso fue hace tres años. Desde entonces, su familia no le ha vuelto a ver. Aterrizar en Alemania fue pura casualidad. En este país se dio cuenta de lo solo que se sentía y de cómo pesaba en su alma la experiencia vivida. Por fortuna, encontró el Centro Psicosocial de Düsseldorf. Allí se le recibió sin prejuicios, aunque no hablaba el idioma. La cálida acogida que le dispensaron le dio confianza para contar lo que le había ocurrido. Hoy, incluso puede hablar con mujeres sobre su sufrimiento, dice.

Annette Windgasse sonríe ante tal elogio. Esta pedagoga social es la directora del Centro Psicosocial, situado en la parte antigua de Düsseldorf. "Las personas que llegan aquí, no solo no se ubican en este entorno, sino tampoco en su caos emocional", asegura Windgasse. "Tienen flashbacks, recuerdos de experiencias traumáticas, problemas de sueño, ansiedad y dificultad de concentración".

Sentirse seguro es esencial durante el tratamiento

En primer lugar, los terapeutas del centro transmiten a los refugiados que se trata de reacciones muy normales ante las experiencias sufridas y que no deben tener miedo a volverse locos por sentir lo que sienten. Tratan de animar a quienes lo necesitan a elaborar el trauma. "Los pacientes tienen que sentirse seguros y, bajo ningún concepto, deben mantener contacto con los agresores", dice Annette Windgasse. En el caso de los solicitantes de asilo, esto implica no tener miedo de ser deportado al país de origen o a algún otro lugar no seguro. "Incluso el entorno donde vive debe transmitir seguridad", recalca Windgasse, lo que significa alejar el fantasma de las agresiones racistas.

Durante el tratamiento, hay que equilibrar alma, pero también se deben solucionar cuestiones legales y sociales. Se da mucho tiempo a los pacientes para que hablen y ganen confianza. "Les hacemos saber que son bienvenidos y que pueden confiar en transformar en algo bueno emociones que ellos sienten como un callejón sin salida", continúa Windgasse. La mayoría de los terapeutas tienen origen migratorio. En total, hablan doce idiomas, pero, si hay problemas de comunicación, se sirven de traductores. Con sus métodos y ejercicios, tratan de que los pacientes se sientan mejor.