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Bachelet: un triunfo plagado de preguntas

Diego Zuñiga18 de noviembre de 2013

Abanderada opositora Michelle Bachelet gana cómodamente elecciones presidenciales, pero no alcanza mayoría absoluta. Deberá disputar el cargo con la oficialista Evelyn Matthei el 15 de diciembre próximo.

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Imagen: Reuters

Podría decirse que los resultados de las elecciones presidenciales en Chile se sabían hace meses, quizás desde el momento mismo en que se confirmó que Michelle Bachelet sería la candidata de la Nueva Mayoría, el nombre con el que ahora se hace llamar el conglomerado de centroizquierda que gobernó Chile entre 1990 y 2010 y cuya principal novedad es la inclusión del Partido Comunista entre sus integrantes. Lo que se esperaba era que Bachelet, popular exmandataria que guió los destinos del país entre 2006 y 2010, se quedara con el triunfo en primera vuelta, como dejaban entrever las encuestas y como los círculos especializados suponían.

Pero la política y el arte de ejercer la democracia tienen bemoles. La primera elección presidencial con voto voluntario supuso, de alguna manera, un desafío para los candidatos, llamados a generar suficiente atención y arrastre entre los ciudadanos para invitarlos a levantarse un día domingo a sufragar, aun cuando todo indicaba que el triunfo de la carta de Nueva Mayoría era relativamente seguro. He ahí la razón que tuvieron los nueve aspirantes a la Presidencia de Chile para insistir, en los debates y apariciones en prensa, en la importancia de no dejarse llevar por la modorra y participar del ejercicio democrático, para legitimar a las autoridades que los representarían por los próximos cuatro años, u ocho, si hablamos de los senadores.

Más allá de las elecciones presidenciales, el gran juego de estas votaciones se desarrolló en el terreno de las parlamentarias. Bachelet, para gobernar y sacar adelante sus proyectos más emblemáticos, requiere de un Parlamento dispuesto a apoyarla. Y he aquí la clave de esta historia: Bachelet carecerá del quórum necesario para aprobar algunas de sus promesas y estará obligada a negociar con la oposición. Pese a su enorme arrastre y a unos resultados electorales parlamentarios bastante positivos para la actual oposición, no fue posible alcanzar la ventaja con la que soñaba la Nueva Mayoría.

El engorroso e injusto sistema electoral chileno, heredado de la dictadura militar de Augusto Pinochet, básicamente equipara al 66 por ciento con el 33 por ciento (un bloque debe doblar al otro para elegir dos parlamentarios; no existe la mayoría simple). Esto hace que la ciudadanía sienta que su voto no vale nada. Un ejemplo: una candidata del partido PRO, que iba fuera de los dos grandes pactos, sacó primera mayoría en San Bernardo, una zona al sur de Santiago. Pero por el sistema electoral, no pudo obtener su cupo parlamentario, que se lo llevan quienes quedaron segundos y terceros en la suma total. Así, es difícil convencer a los chilenos de la importancia de ir a votar. Eso explicaría, en parte, la baja participación: 6.670.000 personas sufragaron. 13.000.000 podrían haberlo hecho.

Los resultados, más allá de las pequeñeces del sistema electoral, son importantes por varias razones. Primero, porque el aparentemente exitoso (en términos económicos) Gobierno de Sebastián Piñera fue incapaz de heredar el poder a alguien de su propia coalición, que más bien se vio sumergida en luchas intestinas que minaron su capacidad de hacer frente a una Bachelet que parece inexpugnable, inmune a las acusaciones que suelen hacerse sobre su anterior mandato. Segundo, porque los resultados parlamentarios para la centroderecha son malos, especialmente para la más derechista Unión Demócrata Independiente, que perdió a sus dos senadores en las mayores circunscripciones del país. Y tercero, porque Matthei obtuvo uno de los peores resultados históricos de su alianza en elecciones presidenciales (25,01 por ciento), solamente superada por el guarismo alcanzado por Arturo Alessandri Besa en las elecciones de 1993 (24,41 por ciento).

Un factor que ayudó a que Matthei pasara a segunda vuelta fue la dispersión de votos de la centroizquierda. El tercer lugar de las elecciones lo obtuvo el filósofo y cineasta progresista Marco Enríquez-Ominami, que consolida a su partido PRO como una fuerza política importante al sumar el 11 por ciento de las preferencias. Un punto detrás quedó el empresario Franco Parisi, que arrastró votos de la derecha hacia su candidatura. Los otros cinco aspirantes a la primera magistratura sumaron, entre todos, cerca de un 6 por ciento. En otras condiciones, es muy probable que Bachelet se hubiera quedado con el triunfo en la primera vuelta. Dicho esto, valga destacar que la Nueva Mayoría, entonces, no consiguió su objetivo de reclutar a todas las fuerzas que se oponen al régimen de Sebastián Piñera.

Lo que queda preguntarse es cómo la enorme coalición de partidos, llevando como candidata a la persona más popular de la política chilena e incluyendo en sus filas a nombres reconocibles del movimiento social, fue incapaz de quedarse con el triunfo en la primera vuelta.

La derecha ahora deberá lamer sus heridas e intentar reconstruirse para obtener una derrota digna en el balotaje. Es muy probable que muchas menos personas vayan a votar el próximo 15 de diciembre, lo que resulta un peligro para la legitimidad de las autoridades. Pero de alguna manera es una señal que el nuevo Gobierno deberá tomar en cuenta: es urgente que Chile renueve su sistema electoral, que permita que sus ciudadanos que viven en el extranjero puedan participar y que responda a las demandas sociales, para hacer que la ciudadanía sienta que su voz es escuchada y entienda que la política es parte también de la vida diaria.

Algunos datos interesantes que dejan estas elecciones: por primera vez Chile tendrá un parlamentario reconocidamente homosexual, el demócrata cristiano Claudio Arriagada. Varios líderes de los movimientos sociales consiguieron un cupo en el Parlamento, entre ellos los reconocidos Giorgio Jackson y Camila Vallejo, lo que supone una bocanada de aire fresco para el siempre mal evaluado Congreso. Esta elección marca, también, una nueva derrota para la centrista Democracia Cristiana, que parece asfixiada por las fuerzas más progresistas que componen a la Nueva Mayoría. Y, dato no menor para los amantes de los números, por primera vez en la historia de Chile dos mujeres disputan, en segunda vuelta, la opción de gobernar el país. Si eso significa algo lo dirá la historia.