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Domando el viento en el Feldberg

3 de febrero de 2014

Un deporte de invierno un poco diferente: no hay pistas ni telesillas llenas, sino solo viento y un parapente. La reportera de DW Charlotte Janz realizó un curso de snowkiting en la Selva Negra.

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Imagen: B. Näther

A mediados de enero, en pleno invierno, un clima primaveral se apodera del sur de Baden-Württemberg. En Freiburg ya está abierto el primer Biergarten. 30 kilómetros al este, en la Selva Negra, brillan ya bajo el sol las aguas del lago Titisee. Los azafranes florecen a lo largo de los campos y prados de la más grande cordillera alemana. Solo el Feldberg sigue desolado.

La más alta montaña de la Selva Negra está cubierta de nieve. En invierno, se convierte en una estación de esquí. A 1493 metros de altura, con 14 remontes y 16 pistas, está catalogada como “schneesicher”, lo que significa que tiene nieve durante al menos 100 días al año, con al menos 30 centímetros de espesor.

Al subir en la telesilla, se apodera de mí el entusiasmo. Lo que me espera no es ni snowboarding, ni esquí, ni caminar con raquetas de nieve, algunas de las actividades a las que uno puede dedicarse en Feldberg. Hoy aprenderé algo nuevo: snowkiting. Quiero, montada en un par de esquís y jalada por un parapente, deslizarme sobre la nieve.

Una meca para el snowkiting

Al llegar arriba, una cometa roja y amarilla en el cielo me indica dónde están los snowkiters. El Feldberg carece de una cima clara. La cumbre de la más alta montaña de la Selva Negra está formada por un campo amplio y llano; una característica de ensueño para los aficionados al snowkiting.

Eso fue lo que le pasó por la mente a Benjamin Näther cuando, hace ocho años, fundó la escuela de snowkiting Globalxteam. Es un experto en el tema: en 2012 fue campeón europeo de esta disciplina.

Hoy la clase en Feldberg está a cargo de su colega Karla Ebert. Cuando llego a la cita, ella está aún ocupada con otros alumnos. Dos parejas, todos ellos principiantes, se han apuntado a un curso. Ahora deben demostrar lo que han aprendido. El resultado es poco esperanzador.

Teoría y práctica: la profesora de Snowkite (a la izquierda) y la reportera de la DW (a la derecha) luchan con el parapente.
Teoría y práctica: la profesora de Snowkite (a la izquierda) y la reportera de la DW (a la derecha) luchan con el parapente.Imagen: D. Rock

Uno de los jóvenes, subido en un snowboard, no alcanza a avanzar ni dos metros antes de caer. Al menos, de espaldas en el piso, alcanza a sostener al parapente sobre su cabeza. Me había imaginado al snowkiting como una actividad un poco más dinámica. Karla le da un consejo: “tú le dices a la cometa a dónde debe ir, no ella a ti”.

"Es como boxear"

Una vez que las exhaustas parejas se marchan, llega mi turno. Karla se percata de mi mirada escéptica y me dirige un guiño. “Con esquíes es mucho más fácil aprender snowkiting”, me asegura la muchacha de 23 años, extendiéndome el trapecio con la barra de dirección.

Más tarde enganchará el parapente al arnés que llevo en la cintura. “Tienes un mejor equilibrio que con el snowboard y puedes echar el peso para atrás si la cometa comienza a jalar demasiado”, dice.

Pero no he llegado aún a ese punto. Primero debo hacer que el parapente vuele, lo cual no es fácil. Karla nos coloca a mí y a la cometa en la dirección del viento. Apenas éste se eleva sobre mi cabeza, comienza la tarea de dirigir.

"Es como boxear", afirma la estudiante de ciencias del deporte. Mueve los brazos, alternando: mientras uno está estirado el otro permanece contra su pecho. “Pan comido”, dice Karla.

Al cabo de numerosos intentos comienzo a sentirme más segura. Mientras Karla vigila que la cometa no se desplome, yo me calzo los esquíes. Viene entonces ella y engancha el parapente en mi arnés de cintura.

“Ahora comienza a hacer pequeños ochos con la dirección; así te pones en movimiento”. Y así es. Comienzo a deslizarme. ¡Qué sensación! Mi alegría es tan grande que mis ochos son cada vez más y más atrevidos. Demasiado atrevidos. El parapente se desploma en la nieve.

El Feldberg ofrece un marco maravilloso para este deporte.
El Feldberg ofrece un marco maravilloso para este deporte.Imagen: C. Janz

El tiempo parece esquiar

Falta poco para que el sol se ponga. Somos ya los únicos snowkiters a la vista. En días particularmente nublados uno puede encontrarse entre 40 y 50 snowkiters regados por aquí y por allá. Hay dos escuelas autorizadas a enseñar, pero solo hasta mediados de marzo. Después de eso, por motivos de protección ambiental, está prohibido practicar snowkiting en Feldberg.

El deslizarme llevada por el parapente va tan bien que no me doy cuenta de que abandono la planicie. Karla agita los brazos y grita algo. Supongo que está vitoreándome. Grito. Entonces veo una cerca frente a mí. Solo entonces me percato de que he dejado la cima atrás y voy montaña abajo. Freno de emergencia: me siento en el piso y dejo que la cometa se desplome. Karla se me acerca corriendo, ya sin aliento. “Tienes que ponerte contra el viento y volver a la salida”, me dice. Y añade: “eso te lo enseño la próxima clase”.

Mientras, ya ha empezado a oscurecer. A lo lejos brillan los Alpes bajo el rojo del amanecer. Sería capaz de quedarme eternamente, deslizando sobre la nieve, pero debemos empacar los equipos. La telesilla ya está apagada. Mientras descendemos, las máquinas pisapistas avanzan en sentido contrario, listas para comenzar a trabajar. Nunca un día de esquí se me había pasado tan rápido como éste.