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El Palacio de Meseberg: la joya barroca del norte

Mirra Banchón9 de junio de 2008

“Como un castillo encantado yace ahí”, escribió Theodor Fontane acerca del Palacio de Meseberg. De la nobleza prusiana pasó de mano en mano hasta llegar a los nazis. Después entró en profundo sueño de 50 años…

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A 60 kilómetros de Berlín, el Palacio de MesebergImagen: AP

De Meseberg -el castillo que extiende las diversas terrazas de sus jardines a orillas del lago Huwenow en el estado federado de Brandeburgo- se dice que es una de las obras arquitectónicas barrocas más hermosas del norte de Alemania. Fue alquilado en 2004 por el gobierno de Berlín para albergar a huéspedes de alto rango y para ser el escenario de encuentros de peso. El simbólico euro que se paga mensualmente por su alquiler, obviamente, no está en relación con el valor de esta refinada construcción cuyo fundamento se remonta a la tercera década del siglo XVIII.

Schloss Meseberg Gästehaus der Bundesregierung Innenansicht
Sala de conferencias del Palacio de MesebergImagen: AP

Glamour por decreto

A manos del conde Hermann von Wartensleben llegó en 1723 esta propiedad a través de su matrimonio con la noble Dorothea von Groeben; un renombrado arquitecto de jardines se había encargado de convertir el parque en un edén de diversos niveles. Aunque el conde Wartensleben había escogido ya como residencia otro castillo cercano, un decreto de Federico Guillermo I, rey de prusiano de la casa de los Hohenzollern, lo obligó a cambiar de idea.

Schloss Meseberg Gästehaus der Bundesregierung
Casa de huéspedes del gobierno federal alemánImagen: AP

El monarca –bajo cuya égida Prusia se convirtió en potencia militar y mercantil y en sede de la industria y la ciencia de la época- había decretado que todos los nobles de cierto rango se afincaran en la ostentosa Wilhelmstrasse de Berlín. Exonerados de esta obligación de despliegue arquitectónico estarían solamente quienes pudiesen comprobar que la estructura de sus residencias reflejaba el glamour requerido. Wartensleben echó mano, entonces, de Meseberg. Y tiró la casa –y buena parte de su fortuna- por la ventana.

De mano en mano llegó a Göring

Los siguientes propietarios de Meseberg tampoco escatimaron en acrecentar el lujo y el encanto del castillo. Tanto el hermano de Federico II como los Lessing –dinastía de nobles intelectuales- dejaron su impronta en estructuras y adornos de la gema de Brandeburgo.

“Como un castillo encantado yace ahí”, así lo describió Theodor Fontane –el escritor alemán del realismo poético, quien situó en él a su Effi Briest, su joven heroína quebrada bajo el peso de las convenciones prusianas del siglo siglo XIX. Luego, el paradero del título de propiedad del castillo se difumina algunos años. Reaparece entonces muy claro: expropiado por el gobierno nacionalsocialista. En 1943 el dueño de Meseberg era Hermann Göring.

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En febrero de 2007, el presidente francés Jacques Chirac y la canciller alemana Angela Merkel en MesebergImagen: AP

Brillo después del olvido

Para 1995, varias décadas de olvido y desencanto habían caído sobre las escalinatas y los jardines de Meseberg. La Fundación Messerschmitt se encargó de restaurar el castillo, respetando a saber sus fundamentos y estructuras originales. 25 millones de euros invirtió la fundación en él antes de cedérselo al gobierno alemán. Éste invirtió otros 13 millones en alta tecnología de seguridad y comunicaciones para poder alojar en él a personalidades de la talla del presidente francés Jacques Chirac en febrero de 2007 y de su sucesor, Nicolás Sarkozy, en septiembre del mismo año.

En junio de 2008, las escalinatas de Meseberg se pulen con ahínco: el presidente estadounidense, George W. Bush, acompañado de su esposa Laura son esta vez los invitados –probablemente por última vez en calidad de jefe de Estado y primera dama- a la mesa de la canciller alemana Angela Merkel. Meseberg ofrece el ambiente ideal: la belleza arquitectónica con todo el brillo de la historia sumergida en la calma rural de un barroco nórdico.