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¿Por qué derechos civiles y medioambientales van de la mano?

Jennifer Collins | Ruby Russell
16 de septiembre de 2021

Cuando ocurren desastres medioambientales, las personas habitualmente discriminadas son también las más afectadas. Sin embargo, las comunidades marginadas pueden también dar ejemplo de resiliencia.

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Personas de diferentes países y géneros.
Esta serie de artículos sobre justicia ambiental de DW explora las inserciones entre raza, género, orientación sexual y discapacidad.

A medida que la crisis ecológica global afecta progresivamente a más seres vivos, está cada vez más claro que no podemos dejar de hablar de la desigualdad, independientemente de si esta tiene su origen en la discriminación por género, raza, clase, orientación sexual o discapacidad.

O como lo resume Thenjiwe McHarris, destacada activista de Black Lives Matter y cofundadora de Blackbird, una organización que ayuda a crear movimientos políticos: "No hay justicia climática sin justicia racial. No hay justicia climática sin justicia de género. No hay justicia climática sin justicia queer".

En décadas pasadas, el ambientalismo a menudo se mostró como una preocupación elitista, una causa para aquellos que tenían el lujo de no preocuparse por problemas más inmediatos, como poner comida sobre la mesa o resistirse a la violencia y la discriminación. Pero, ya no es suficiente con solo hablar de "salvar el planeta" o "proteger la naturaleza", como si estos objetivos se abordaran de forma diferente a la desigualdad social.

Movimiento por la justicia ambiental aborda el racismo ambiental

Las campañas ambientales contra la deforestación, el vertido de desechos o la minería a cielo abierto han sido lideradas o apoyadas, con frecuencia, por pueblos indígenas que defienden sus derechos territoriales, o por comunidades que luchan por el derecho al aire y agua limpios, a la salud de sus hijos.

Robert Bullard, profesor de planificación urbana y política ambiental en la Texas Southern University de Houston, fue uno de los primeros en usar el término "justicia ambiental" en la década de 1970. Mostró el efecto de los patrones arraigados de injusticia racial en comunidades negras: estas tenían más probabilidades de vivir muy cerca de plantas de energía contaminantes o vertederos, y de sufrir problemas de salud debido a la mala calidad del aire.

¿Qué es justicia climática?

En la actualidad, los afroestadounidenses siguen estando aún más expuestos a un promedio mayor de emisiones de óxido nitroso (38 por ciento) que sus compatriotas blancos, y tienen un 75 por ciento más de probabilidades de vivir en comunidades cercanas a instalaciones de petróleo, gas u otras industrias contaminantes. Así lo confirma un estudio de 2017, llevado a cabo por la organización ambientalista Clean Air Task Force y el grupo de derechos civiles The National Association for the Advancement of Colored People (NAACP).

A principios de 2021, el presidente estadounidense, Joe Biden, reconoció este desproporcionado impacto en la salud, el medio ambiente, la economía y el clima de comunidades desfavorecidas", al firmar una orden ejecutiva que prometía "garantizar justicia ambiental". 

Injusticia climática a escala global

El llamado racismo ambiental, no obstante, no es un problema específico de Estados Unidos. Los prejuicios tan arraigados contra los romaníes, por ejemplo, han ocasionado que las autoridades empujen a las comunidades de la minoría étnica más grande de Europa hacia entornos peligrosos, tratándolas -en palabras de la activista romaní Linda Greta Zsiga- como si fuesen "basura humana". 

Un joven con una bicicleta en el vertedero de Pata Rat
Muchos de los romaníes de Pata Rat fueron desalojados de sus hogares en la ciudad de Cluj-Napoca, en la región rumana de Transilvania, y obligados a vivir en este vertedero de residuos peligrosos para el medio ambiente.Imagen: Bogdan Dincă/DW

Todo el planeta está atravesando una crisis climática, pero no todos estamos igualmente afectados. Los países ricos del norte son responsables del 92 por ciento de las emisiones históricas, que han estado elevando las temperaturas medias globales desde la revolución industrial. Incluso China está solo agotando su presupuesto de carbono (las emisiones que le quedan para evitar alterar el clima). 

Mientras tanto, las mayores consecuencias las están sufriendo justamente los países que menos se han beneficiado del crecimiento económico impulsado por combustibles fósiles; esos que, por lo mismo, tienen menos recursos para adaptarse a un mundo más cálido.

Y, donde sea, suelen ser además quienes ya están en desventaja debido a su raza, etnia, género, orientación sexual, discapacidad, clase social o nivel de ingresos, los más afectados cuando ocurren desastres ecológicos (sean huracanes, inundaciones, sequías, la pérdida de suelos fértiles, de bosques o de poblaciones de peces, provocados por el cambio climático).

Samuel Flach, activista discapacitado, actuando en una obra de teatro y rodeado de otros actores.
El activista ambiental discapacitado Samuel Flach, participando en una representación teatral sobre la defensa de bosques milenarios.Imagen: Ursha Rahne

La crisis ecológica agrava la desigualdad

En 2005, el huracán Katrina hizo que muchos estadounidenses se preguntasen si el cambio climático amenazaba ahora sus propias ciudades costeras. Pero esta no fue la única cuestión difícil que planteó la catástrofe.

Mientras las comunidades negras esperaban en vano la evacuación y ayuda, muchos se preguntaron si la respuesta de las autoridades habría sido diferente si Nueva Orleans hubiera sido una ciudad mayoritariamente blanca. Quienes buscaban alimentos e intentaban cubrir sus necesidades básicas entre los escombros, fueron etiquetados de saqueadores. Los medios locales informaron que algunos refugios de emergencia rechazaron a personas trans.

Una de las imágenes icónicas del huracán Katrina fue la del cuerpo en una silla de ruedas de Ethel Freeman, una mujer de 91 años que murió deshidratada bajo el calor sofocante, en el exterior del centro de convenciones donde se reunieron las personas que huían de las inundaciones. La Asociación Estadounidense de Personas Jubiladas descubrió, más tarde, que el 73 por ciento de los fallecidos por el huracán tenía más de 60 años, y la mayoría de estas personas tenía o un problema médico o una discapacidad.

El ugandés Shawn Mushiga
El ugandés Shawn Mushiga cree que los principios de la permacultura pueden ayudar a desarrollar la resiliencia en la comunidad LBGTQ+Imagen: Tony BlackWolf

Estas desigualdades no han desaparecido ni se limitan solo a Estados Unidos. Hace poco, en Alemania y Japón, también murieron personas mayores y discapacitadas después de que fracasaran las evacuaciones por inundaciones en ambos países. 

Además, está la mitad de la población mundial que realiza la mayor parte del trabajo sin recibir remuneración: las mujeres, mayormente a cargo de cuidar niños, ancianos y enfermos, recolectar agua o encargarse de gran parte de la agricultura de subsistencia. Estas sobrecargas aumentan aún más en tiempos de escasez y desastres climáticos, cuando los pozos se secan, las cosechas se echan a perder y la salud humana se deteriora.

Al mismo tiempo, las mujeres suelen tener menos recursos económicos a los que recurrir que los hombres. A menudo, son las primeras en perder oportunidades educativas y laborales, además de verse obligadas a contraer matrimonio a temprana edad. Las mujeres refugiadas por razones climáticas corren mayor riesgo de sufrir abuso sexual y trata de personas. 

Mirar el colapso ecológico desde una perspectiva interseccional no solo apunta hacia nuestros fracasos colectivos, sino también a las soluciones.

Mujer en un bosque de manglares en Colombia
El sustento y la independencia de una comunidad de mujeres en la costa del Pacífico de Colombia depende del agua limpia y manglares saludablesImagen: Lia Beltrán Valero

Activistas de derechos civiles con resiliencia

Las comunidades negras, que luchan por responsabilizar a las empresas por la contaminación vertida ante sus puertas, han estado en la primera línea de batalla en favor de la justicia ambiental, mucho antes de que el término se convirtiera en un modismo en el debate político convencional. Y muchas de sus tácticas -las sentadas y las huelgas escolares, por ejemplo- tienen sus raíces en el movimiento por los derechos civiles.

Las personas LGBTQ+, a las que se les niega el apoyo familiar, comunitario, eclesiástico o de servicios públicos, tienen muchas décadas de experiencia en la organización política de base, la construcción de comunidades y redes alternativas para cuidarse y curarse mutuamente, además de luchar con campañas exitosas hacia el cambio legal. 

Y si bien algunos activistas con discapacidades se han visto excluidos por movimientos ambientales, que no han logrado ser inclusivos, fueron creativos y experimentaron con formas alternativas de comunicar mensajes de cambio. 

Mientras tanto, grupos liderados por mujeres, como en la costa del Pacífico afrocolombianogrupos liderados por mujeres, como en la costa del Pacífico afrocolombiano, están descubriendo que organizarse para proteger sus derechos, ser independientes económicamente, liberarse de la violencia y crear un entorno seguro para criar a sus hijos, va de la mano con la protección medioambiental.

El ecofeminismo equipara la explotación laboral y corporal de las mujeres con la explotación de los recursos naturales. Y, frecuentemente, son los mismos sistemas y actitudes que tachan la ecología de desechable los que infravaloran algunos sectores de la vida humana.

En la búsqueda de alternativas, son precisamente aquellos con un largo historial de resistencia y de desarrollo de alternativas a estos sistemas los que  podrían abrir el camino hacia un futuro diferente. (rmr/rml)