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Opinión: El otoño del dictador Lukashenko

Christian F. Trippe
10 de agosto de 2020

La elección fue una farsa, la victoria del dictador fue tramposa. Sin embargo, la sociedad civil ha ganado en Bielorrusia. El tiempo del dictador puede haber empezado a acabarse, estima Christian F. Trippe.

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Alexander Lukashenko, un dictador por gracia de Putin
Alexander Lukashenko, un dictador por obra y gracia de PutinImagen: picture-alliance/dpa/S. Karpukhin

Las dictaduras viven en la mentira. Censuran los medios de comunicación, controlan la comunicación entre el Estado y los ciudadanos y amañan las elecciones, de forma sistemática y descarada. Cuando el edificio de las mentiras se derrumba, toda la construcción del gobierno autocrático comienza a tambalearse.

Eso es exactamente lo que pasó en Bielorrusia en este domingo electoral del 9 de agosto. Durante 26 años, Alexander Lukashenko ha estado a la cabeza del país que se formó como un joven estado nacional tras el colapso de la Unión Soviética. Cuánto tiempo seguirá liderando el país Lukashenko es una pregunta apremiante, incluso si ahora puede reclamar otra victoria electoral con más del 80 por ciento de los votos. Nadie ha creído nunca en los resultados de las elecciones del dictador, y menos en su propio país. Pero ahora los ciudadanos de Bielorrusia se están levantando contra la falsificación de las elecciones. Se están tomando las calles por miles.

Pérdida masiva de confianza

El aparato represivo funciona: Bielorrusia tiene uno de los sistemas de control y represión más estrechamente engranados del mundo. Es muy posible que el gobierno de Lukashenko sobreviva a la crisis postelectoral inmediata, que los saludos con armas, los garrotes de goma y la censura en Internet contribuyan a mantener al dictador en el palacio presidencial de Minsk, por el momento.

Pero los llamamientos a un cambio de poder en Bielorrusia no se acallarán. Y en las estructuras de poder, en los niveles de mando de los órganos armados, los comandantes han comprendido bien que la represión es difícilmente sostenible. Su líder supremo ha perdido visiblemente el control sobre el terreno y su intuición política. Lukashenko se puso cada vez más nervioso y agresivo en esta campaña electoral, que coincidió con el pico de la pandemia de coronavirus.

Es aquí precisamente en donde el fracaso de Lukashenko comienza a hacerse visible: el antiguo director de una granja colectiva, que siempre se había presentado como un rector estricto y omnipresente, de repente se despreocupa. Mientras que en toda Europa la vida económica y pública se paralizó, debido a que todos los países vecinos asumieron el doloroso cierre para evitar que ocurrieran una tragedia, Lukashenko negó la existencia del virus con una mezcla de simpleza y arrogancia.

La sociedad, acostumbrada a un gobierno paternalista durante décadas, le perdió en muy poco tiempo el miedo o el respeto a un emperador que no solo estaba desnudo, sino que, para empeorar las cosas, pronto se contagió con coronavirus.

Bruselas exigió, Moscú se alarmó

Por el momento, no está claro cómo continuarán las cosas en Bielorrusia. Pero ya hay lecciones que aprender. La UE debe reorientar su política de sanciones contra el régimen. Debe reprender duro a los responsables del fraude electoral y los brutales ataques del poder estatal. Al mismo tiempo, debe extender su mano a la sociedad civil bielorrusa, a esos ciudadanos profundamente demócratas y orientados hacia Occidente, de manera aún más decidida y enérgica, incluso más visible que antes.

La UE se define cada vez más como un actor "geopolítico". Un vistazo al mapa es suficiente para entender el desafío que esto plantea. Rusia, el poderoso vecino de Bielorrusia, es económicamente dominante, omnipresente en términos de política de seguridad y tiene la influencia política. Hasta ahora, a Rusia le ha ido bastante bien con una Bielorrusia independiente. Lukashenko ha sido un socio incómodo pero a la larga manejable para el Kremlin. En el espejo distorsionado de Bielorrusia, Rusia y las condiciones imperantes allí se veían comparativamente bien. ¿Pero qué pasa si Lukashenko ya no es su socio, si incluso amenaza con ser reemplazado por un gobierno que lleve al país al lugar al que pertenece, a Europa?

En Moscú, los escenarios de este caso ya deben estar en los cajones del Ejército y los servicios secretos. Así que ya hay una trágica ironía en el hecho de que Alexander Lukashenko podría tener razón en un punto: el dictador, que durante decenios mintió y engañó a su pueblo, advirtió durante la campaña electoral del peligro de ser absorbido por Rusia; su derrocamiento también podría significar el fin de la independencia de Bielorrusia.

Un cambio desde adentro

Los ciudadanos de Bielorrusia han superado el miedo y la apatía, se han levantado contra la opresión y la vigilancia. Contra todo pronóstico, Svetlana Tikhanovskaya y sus compañeros de lucha han logrado algo que parecía completamente impensable hace solo unas semanas: le demostraron en la cara a Lukashenko y a su aparato de poder que son una alternativa civil. Desde el mismo centro de la sociedad bielarrusa, sin ninguna ayuda o influencia externa.

Esta es otra de las lecciones de lo que está sucediendo en Bielorrusia: la agitación política viene desde adentro. Esta idea desmiente a todos los que afirman que los trastornos democráticos en el espacio post-soviético son supuestamente controlados por agentes extranjeros. Esta verdad de la noche de las elecciones en Minsk también será leída muy cuidadosamente en Moscú.

(jov/er)

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