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Opinión: La caída del modelo sueco

Barbara Wesel
10 de septiembre de 2018

Con estas elecciones, Suecia se despide de una ilusión: el país modélico liberal se ha convertido en uno común y corriente. Tiene que acostumbrarse a nuevas alianzas y a un tono político más duro, según Barbara Wesel.

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Insel Tjörn Schweden
Imagen: picture-alliance/pixeljunge

Los años gloriosos de la socialdemocracia parecen tocar a su fin, ahora también en Suecia. En efecto, el partido que dominó el país durante décadas y que deleitaba con un Estado social sin precedentes, cayó, aunque no tanto como se había previsto. De igual modo, el ascenso del partido ultraderechista Demócratas de Suecia no fue en absoluto tan pronunciado como vaticinaban las encuestas y comentarios. Al igual que en otros países europeos, el avance de la extrema derecha en Suecia ha venido acompañado de un desbordante interés mediático que parecía catapultarlo formalmente al gobierno. Pero, como en casi todas partes, una gran mayoría de los electores se ha posicionado en contra de los populistas y su retórica envenenada.

El final del estatus especial de Suecia

No obstante, muchos suecos están preocupados por la dirección que está tomando su país. El país modélico escandinavo que durante décadas brilló como superpotencia humanitaria, se une así a la tónica general de Europa. Parecía que Suecia estaba por encima de egoísmos nacionales, políticas de confrontación y xenofobia. Los populistas de derecha muestran ahora que esta manera de pensar y de sentir acechaba latente bajo una superficie en armonía. Los suecos no son, por fuerza, mejores personas. Ellos también están atormentados por la inseguridad y los miedos difusos a perder su bienestar, que se traducen en xenofobia.

Barbara Wesel Kommentarbild App *PROVISORISCH*

Además, el resultado electoral de Suecia demuestra que es absurda la explicación de que una clase desposeída impulsa el avance de la nueva derecha. Suecia puede estar contenta por el crecimiento estable de su economía. Apenas tiene desempleo y el Estado social funciona. No obstante, la brecha entre pobres y ricos ha aumentado, algo que algunos ciudadanos contemplan como un ataque a su derecho de tener una vida tranquila y segura. La culpa no ha tardado en achacarse a los inmigrantes y los Demócratas de Suecia atribuyen su éxito a un sentimiento de inseguridad que está arraigándose en la gente. Se nutren de la exclusión y predican un nacionalismo sueco que está pasado de moda y parece casi ridículo, pero que, no obstante, resulta muy efectivo. Esto les convierte en hermanos ideológicos del AfD en Alemania y de otros partidos similares en Europa.

Se evita el posicionamiento

Los partidos tradicionales de Suecia tendrán que renunciar a sus vidas extremadamente tranquilas y acentuar sus posiciones. También necesitan un nuevo estilo en la dirección. El tipo de político que hasta ahora triunfaba siendo lo más discreto posible y el sindicalista simpático y accesible ya no tienen posibilidades. Prueba de ello fue el debate televisado antes de las elecciones que dominó en la retórica el carismático populista de derecha Jimmie Akkesson. Socialdemócratas y conservadores necesitan jefes de partido posicionados que entren en escena y puedan llegar a los corazones de sus electores, no necesitan burócratas grises.

Además, los anteriores  bloques de izquierda y de derecha tienen que superar sus diferencias y buscar puntos democráticos en común sobre los que poder construir una nueva coalición. Los Países Bajos demostraron cómo hacerlo. Y si son inteligentes, podrán soportar los cantos de sirena de los populistas que reclaman algo de poder. El ejemplo del Movimiento 5 Estrellas en Italia ilustra cómo la Liga Norte, de extrema derecha, se apoderó del timón y socavó completamente al partido mayoritario.

Una nueva era

Si los dirigente de los socialdemócratas y los conservadores de Suecia va a ser capaces de tal acto de discernimiento y madurez, está en el aire. Sus primeras declaraciones después de las elecciones no apuntaban precisamente en esa dirección. Pero su propio futuro y el de su país, como una democracia estable, dependen de ello.

De todos modos, en Suecia comienza una nueva era. La convivencia amable de la cultura sueca ha quedado atrás. Políticos y ciudadanos tienen que aprender a manejar abiertamente los conflictos sociales. Sobre todo, tienen que contrarrestar el lenguaje envenenado de los populistas de derecha con su visión de una Suecia moderna. Sea como sea, es una pena, pero por desgracia, la Suecia liberal se ha convertido en un país más, lleno de dudas e inseguridad, que busca un sitio en un mundo peligroso e imprevisible.

Barbara Wesel (PJ/ER)

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