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Pablo Milanés: el breve espacio hacia la eternidad

Amir Valle
22 de noviembre de 2022

Pablo Milanés configuró el espíritu de millones de cubanos y encarnó en su propia experiencia de vida la complejidad del proceso social cubano, opina Amir Valle.

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Pablo Milanés (QEPD) durante uno de sus conciertos
Pablo Milanés (QEPD) durante uno de sus conciertosImagen: Yamil Lage/AFP

El breve espacio en este mundo de Pablo Milanés termina y la isla toda despierta ante un hecho innegable: pocas veces en la historia de la cultura cubana la muerte de un artista ha estremecido a un pueblo tanto, y de tan distintos modos. Las redes sociales, que se llenaron de publicaciones de aliento y esperanza desde que se conoció el ingreso de Pablo Milanés a un hospital en Madrid, revientan ahora mismo con miles de mensajes, de cubanos de todas las generaciones hoy vivas, que agradecen el legado de este mítico cantautor para sus vidas. En la isla, entretanto, las autoridades lanzan un frío mensaje de reconocimiento a su grandeza, la prensa lo alaba cuidadosamente como un adalid de la cultura revolucionaria después de haberlo silenciado por años debido a las críticas que Pablo hizo a la gestión política y gubernamental, y también en internet algunos desnudan sus antiguas heridas ideológicas criticando el hecho de que Pablo, junto a Silvio Rodríguez y otros cantautores de la llamada Nueva Trova se convirtieran décadas atrás en voceros de la Revolución Cubana.

Y es que, más allá de haberse convertido con la altura poética de sus canciones en la voz de varias generaciones de cubanos, su trayectoria artística y humana encarna las más importantes contradicciones de ese proceso social conocido como "Revolución Cubana”. Proceso al cual Pablo cantó de modo abierto y militante en sus primeros años, al que defendió con su arte como embajador cultural cubano cuando la Nueva Trova colocó a nivel internacional los quiméricos sueños por un mundo mejor de millones de cubanos y latinoamericanos, al que siguió defendiendo con críticas todavía militantes aferrándose al sueño de lo que debió ser y no fue, y de la que se desilusionó finalmente en los últimos años llegando a decir que jamás esa Revolución había confiado en el pueblo cubano y criticando la represión, la mala gestión económica y, en una de sus más controvertidas afirmaciones, el hecho de que el gobierno revolucionario cubano y la tozudes ideológica de sus dirigentes fueran los máximos responsables de que el país llegara a ser engullido por Estados Unidos.

Radicalmente humano

Pablo fue un hombre esencialmente honesto, radicalmente humano, inconcebiblemente humilde para su gloria artística y su reconocimiento internacional. Su modo de actuar, que le escuchamos explicar muchas veces, se basaba en ser fiel a sus principios, en criticar sin ofender, herir o negar lo que de valor permanecía en lo que se criticaba. Esa fidelidad, que se derrama en muchas de sus canciones, mostraba al ser humano real que fue: ese que sabía reconocer sus errores y pedir perdón por el daño que pudo haber hecho con tales yerros; ese que estaba abierto siempre al cambio y reconocía el derecho natural y humano de toda persona a ilusionarse y desilusionarse de sus credos y pasiones, ese que respetaba la pluralidad de credos y filiaciones.

En nuestros breves, pero intensos encuentros en La Habana, cierta vez le pregunté por esa fidelidad ciega a la Revolución que para mi generación, la de los nacidos en la década del 60 del siglo XX, no era tan obvia. Respondió: "mi generación es la generación de la fidelidad”. Era una frase muy parecida a la que me había dicho mi mentor literario, el escritor Eduardo Heras León cuando le hice esa misma pregunta. Ellos, aseguró Pablo, que habían nacido en la década del 40, fueron testigos de un proyecto que prometía hacer realidad los sueños de la gente simple como ellos, pocos se cumplieron y muchos seguían por cumplirse, pero si se traicionaba la esperanza y se dejaba de ser fiel a esa esperanza, esos otros sueños jamás se cumplirían. Años después, en otros encuentros en México y España, dijo algo que me estremeció: "mi generación es la generación de la fidelidad y del desencanto”. Les costaba reconocer que la Revolución misma había traicionado esos sueños, pero es comprensible: ellos eran parte de la esencia vital de lo que la Revolución prometió ser y ningún ser humano está preparado para renunciar a su propia esencia.

Muchas veces admiré a Pablo por su ética y su proyección crítica. Ese mismo hombre que defendió las luchas ideológicas de la Revolución Cubana, en 2021, cuando el pueblo de su isla amada salió a la calle a protestar, me impactó (porque quienes lo conocimos sabemos bien el desgarramiento que significaban esas palabras) cuando pronunció la afirmación más rotunda sobre ese proceso al cual él había entregado demasiado: "Es irresponsable y absurdo culpar y reprimir a un pueblo que se ha sacrificado y lo ha dado todo durante décadas para sostener un régimen que al final lo que hace es encarcelarlo. Desde hace mucho tiempo, he venido expresando las injusticias y errores en la política y gobierno de mi país. En el año 1992 tuve la convicción de que definitivamente el sistema cubano había fracasado y lo denuncié. Ahora reitero mis pronunciamientos y confío en el pueblo cubano para buscar el mejor sistema posible de convivencia y prosperidad, con libertades plenas, sin represión y sin hambre”. Eso, aunque algunos por odio o heridas políticas no lo comprendan, es el modo más genuino de ser fiel a los principios, a ese humanismo que tan magistralmente definió en sus canciones y en su vida.

Claroscuros de Pablo Milanés

Con las canciones de Pablito, nuestro "Querido Pablo”, cuatro generaciones de cubanos enamoramos a nuestras primeras parejas, vivimos la historia de nuestra patria mientras experimentábamos en carne propia el mensaje heroico de esas canciones, lloramos la pérdida de nuestra gente en absurdas guerras internacionalistas, estuvimos cerca también de la historia de nuestros hermanos latinoamericanos, aprendimos a venerar el sueño hermoso de lo que pudo ser la Revolución Cubana y, como le sucedió al propio Pablo años después, nos desilusionamos de la triste obra de esa Revolución en nuestra isla y, la inmensa mayoría de esos casi cuatro millones de cubanos que ahora mismo viven en el exilio, rescatamos con nostalgia recuerdos esenciales de nuestra vida en Cuba escuchando la hermosa voz y la poesía magnífica de Pablito.

Como Cuba, Pablo Milanés no fue un ser humano en blanco y negro. Y eso, que es lo humanamente natural, lo convierte en un hombre extraordinario. Su obra, tanto esa que hace loas al sueño que debió lograrse con la Revolución, esa otra que defiende con humanismo excepcional el derecho de todos a un mundo mejor, como esa que hace reflexionar en valores humanos universales, o esa que le canta al simple hecho de vivir, enamorar, amar, soñar, es una obra que permanecerá en la historia de la cultura cubana. El breve espacio en este mundo de Pablo Milanés termina, pero vive ya en ese otro espacio memorioso, interminable y de luz, que es la eternidad.