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"Chalecos amarillos": rebelión contra las élites francesas

Andreas Noll
3 de diciembre de 2018

El Gobierno y representantes de los “chalecos amarillos” prevén reunirse este martes en Francia. Mientras la brecha entre Gobierno y pueblo crece, hay pocas esperanzas de que esto baste para poner fin a las protestas.

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Chalecos amarillos ante la Prefectura de Le Puy-en-Velay, el pasado 17 de noviembre (archivo).
Chalecos amarillos ante la Prefectura de Le Puy-en-Velay, el pasado 17 de noviembre (archivo).Imagen: Getty Images/AFP/T. Zoccolan

Todavía está bajo el impacto de los dramáticos eventos del sábado, pero seleccionó cuidadosamente sus palabras: "Los manifestantes tuvieron la voluntad de matar personas", declaró a la opinión pública Yves Rousset, representante del Estado central francés en el departamento de Haute-Loire.

Iracundos "chalecos amarillos" quemaron durante el fin de semana su puesto de trabajo, la prefectura de la tranquila ciudad de peregrinación Le Puy-en-Velay. Entre diez y doce kilogramos de adoquines, además de cócteles Molotov, arrojaron los airados manifestantes a través de las ventanas del edificio.

El horror ante la desinhibida violencia desatada en esta ciudad de peregrinos, considerada el corazón de la Francia católica, es grande. A más de quinientos kilómetros al sur de París, las ondas expansivas de la lucha política en la capital no suelen sentirse aquí.

¿Escuelas como próximo destino?

Pero muchas cosas han cambiado en estos días. Una básicamente descoordinada ola de protesta se ha extendido a gran velocidad por todo el país. De Brest a Estrasburgo, de Lille a Marsella, los manifestantes bloquean las cabinas de peaje, las carreteras y los depósitos de combustible, o marchan con sus chalecos amarillos de advertencia. Y el movimiento podría continuar acelerándose.

Esta mañana de lunes (3.12.2017), manifestantes apoyados por "chalecos amarillos" bloquearon más de 100 escuelas en todo el país, en protesta por la política de educación del Gobierno.

Entretanto, la prensa francesa considera que el Gobierno se enfrenta a una carrera contrarreloj. El primer ministro, Edouard Philippe, y sus ministros tienen ante sí una difícil tarea: deben mostrar rigor y, al mismo tiempo, disposición al diálogo.

Manifestante de los "chalecos amarillos” frente al Arco de Triunfo, seriamente dañado durante las protestas de este fin de semana.
Manifestante de los "chalecos amarillos” frente al Arco de Triunfo, seriamente dañado durante las protestas de este fin de semana.Imagen: picture-alliance/AP Photo/K. Zihnioglu

Durante dos fines de semana consecutivos, la turba ha avanzado con tal descontrol por la capital y las ciudades de provincia, que los turistas hablan de situaciones semejantes a las de una guerra civil.

Para el ministro del Interior, Christophe Castaner, que ocupa el cargo hace apenas mes y medio, esta es una prueba de fuego. Con unas fuerzas policiales ya habitualmente sobrecargadas, debe evitar, a toda costa, un tercer fin de semana de caos.

Aunque los "chalecos amarillos" cuentan con un amplísimo apoyo popular, el hecho de que extremistas de izquierda y derecha hayan utilizado el marco de las protestas para desatar la violencia ha generado un rechazo generalizado.

Ira contra el poder

Al Gobierno le toca también acercarse a los manifestantes, cuyo éxito tiene razones parcialmente contradictorias, explica, desde la capital francesa, el politólogo Emiliano Grossman, de Sciences Po, el Instituto de Estudios Políticos de París.

Por un lado, está la antigua oposición entre los "bobos" parisinos (los "ricos de izquierda", ​​que se organizan para la protección del medio ambiente) y las personas más pobres y a menudo conservadoras de la periferia, que se sienten abandonadas por el Gobierno, precisa Grossman.

"Por otro lado, hay también muchas personas en el país que se han enfadado porque, apenas tras asumir el cargo, Macron abolió el impuesto a la riqueza, o sea, un impuesto que solo pagan los ricos", aclara Grossman. "Y ahora se está aumentando el impuesto ecológico, que lo tienen que pagar todos". Los franceses, de izquierda y derecha, no se sienten hoy representados por el poder parisino.

Básicamente, Macron ha llegado de vuelta al punto de partida de su presidencia. El 24 por ciento de los votantes le confió su voto en la primera vuelta de las elecciones. Hoy, a un año de esa elección, no cuenta con mucho mayor apoyo.

También fuera de Francia se observa atentamente cómo el presidente galo maneja la tensa situación que lo está poniendo a prueba. "Esto no debe exagerarse demasiado, pero si surge la impresión en el exterior de que el presidente no tiene al país bajo control, entonces, por supuesto, su credibilidad y capacidad de imponerse en el escenario internacional sufrirán", analiza, por su parte, Henrik Uterwedde, del Instituto Franco-Alemán de Ludwigsburgo.

Presión para el cambio desde la calle

Para complicar aún más la situación, está el declive de las tradicionales instituciones de mediación política en Francia. Los sindicatos y partidos otrora dominantes están hoy en una profunda crisis. Un año y medio después de su desastrosa derrota en las elecciones presidenciales y parlamentarias, los socialistas y los conservadores republicanos aún no se han recuperado.

Tampoco el partido del presidente goza de buena salud. Durante el fin de semana, "La République en Marche" (LREM) eligió un nuevo delegado general: Stanislas Guerini. Este político de 36 años de edad es considerado un aliado del presidente, pero es también, básicamente, un desconocido para la población.

En el centro de la crítica: el presidente Macron (centro) y el ministro del Interior, Castaner (segundo de la der.)
En el centro de la crítica: el presidente Macron (centro) y el ministro del Interior, Castaner (segundo de la der.)Imagen: Reuters/T. Camus

"Este movimiento no tiene un perfil propio, y no ha sido capaz de estructurarse de modo que pueda apoyar a Macron como un socio amistoso, pero también crítico, tomando en cuenta las preocupaciones, necesidades y demandas de la población", opina Uterwedde. Desde esta perspectiva, la calle aparece como la única autoridad correctiva para un presidente aparentemente omnipotente, que quiere seguir su curso de reforma, pero tendrá que hacer concesiones.

Sin distención a la vista

Sin embargo, las demandas de la calle son descoordinadas y, en parte, contradictorias. El movimiento comenzó como una protesta contra el aumento de los impuestos al diésel y la gasolina. Pero las exigencias han crecido: la renuncia de Macron, nuevas elecciones o incluso la demanda por elevar del poder de compra de los franceses aparecen ahora entre las banderas del movimiento, que trata entretanto de estructurarse.

"Una de las demandas a las que probablemente se regresará es la del aumento del salario mínimo, aunque, desde el punto de vista macroeconómico, probablemente no tenga mucho sentido", vaticina el politólogo Grossman. Pero la dinámica política de París es difícil de predecir en estos días.

Mientras tanto, en la ciudad peregrina de Le Puy-en-Velay, los trabajos de limpieza continúan. Doce personas fueron provisionalmente detenidas durante los disturbios y 18 policías heridos. El temor al resurgimiento de las protestas es grande. Tampoco aquí, en la provincia, parece que la paz esté por restablecerse pronto.

 (RML/CP)

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