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Se acabó

28 de julio de 2010

La comunidad autónoma española de Cataluña prohibió las corridas de toros. La decisión es acertada. No tanto por motivos éticos sino más bien por contundentes razones políticas. Un comentario de Marc Koch.

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Marc Koch, Redactor en Jefe de Deutsche Welle.Imagen: DW

No es necesario ser un convencido protector de animales para rechazar las corridas. En el presunto duelo del hombre contra el toro, el animal carece de oportunidad alguna de ganar: es torturado bestial e insensatamente hasta que el torero le pone fin a la crueldad con una especie de estocada.

Hace tiempo que existen obstinados rumores según los cuales se manipula a los animales con medicamentos o se les pulen los cuernos para reducir así el riesgo que corre el torero. Definir un evento de este tipo como un suceso cultural de alta tradición española es puro cinismo. Las corridas en su forma actual se llevan a cabo apenas desde el siglo XVIII. Y las afirmaciones de los criadores y toreros de que veneran a los toros y se encargan de la preservación de la especie, sólo se explican por sus propios intereses. Al fin y al cabo, con esta prohibición está en juego su trabajo.

Vista de esta manera, la decisión del Parlamento catalán de prohibir las corridas de toros a partir de 2012 es acertada. Sin embargo, deja mal sabor de boca. Si se mira más detenidamente el resultado de la votación, llama la atención que precisamente los parlamentarios del partido nacionalista catalán son los que votaron mayoritariamente a favor. Con lo cual, se trata menos de un voto en pro de la prohibición de las corridas de toros y más de un voto en contra de España.

Las corridas son para los nacionalistas catalanes un símbolo del Estado español, del cual con gusto se quieren separar. Esto se observa también en el hecho de que en la votación no se tuviera en cuenta la abolición de otro espectáculo indigno: la idea de prohibir los correbous, la forma catalana de hostigar al toro, no fue bien recibida por parlamentarios nacionalistas. En los correbous no se mata al toro, pero tampoco se le trata justamente.

La recién aprobada prohibición se puede entender también como una reacción de los nacionalistas al veredicto del Tribunal Constitucional español que hace poco redujo el estatuto de autonomía catalán. No obstante, el patético y pasional debate librado en torno a este asunto fue totalmente exagerado. La Monumental, la última plaza imponente de Barcelona con aforo para 20.000 personas, vendió este año tan sólo 400 abonos. Llena no estuvo casi nunca. En 2009 hubo 18 corridas, una prueba contundente de que la mayoría ha perdido el interés por este espectáculo sangriento. Una prohibición general no sería más que la consecuencia lógica.

Autor: Marc Koch

Editor: Luna Bolivar Manaut